ABC 26.03.11
Nadie podía pensar que las revoluciones de Túnez y Egipto,
en general pacíficas, iban a ser la norma. Regímenes anquilosados pero
firmemente arraigados durante muchas décadas, con inmensos intereses creados,
multitudes adscritas como beneficiarios privilegiados y usurpación total del
estado hasta el punto de convertir el poder en hereditario, no ceden el poder.
Cuando lo pierden es porque se lo han arrebatado. Cada caso con sus
circunstancias. Ben Alí no quiso lanzar a su ejército contra la población. O no
pudo porque quizás sabía que no se acatarían sus órdenes. A Hosni Mubarak en
Egipto le pasó algo similar. Aunque sí intentó aplastar violentamente las
protestas. En su honor hay que decir que nadie los creyó capaces de llegar tan
lejos como ha llegado Gadafi. Quizás habrían osado un «Tiananmen» de haber
creído poder reinstaurar el orden y el miedo. Pero nadie imagina a Mubarak
bombardeando Alejandría por mantenerse en el cargo.
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