Por HERMANN TERTSCH
ABC 02.04.11
En Europa se ha extendido un miedo difuso según llegan, se
precipitan, las novedades que desde hace meses estremecen Oriente Medio y el
norte de África. Los miedos son lógicos. Tienen sus raíces históricas
profundas. Y razones muy contemporáneas. Si algunos piensan en Guadalete y las
conquistas medievales a sangre y fuego, en el asedio de Viena en 1683 o el
Mahdi en Jartum, basta con escuchar la noticia de la espeluznante muerte ayer
de ocho funcionarios de la ONU en Afganistán para que hasta cualquier occidental
concluya que nada quiere saber de un mundo cultural en el que la religión puede
aún generar tal odio y tanta barbarie.
Que unos afganos se reúnan a rezar en desagravio por la
quema, real o supuesta, de un Corán en Florida, y acaben asesinando y
decapitando a unos funcionarios de la ONU, porque eran los infieles que tenían
más cerca, produce un lógico espanto, que difícilmente mitiga el hecho de que
poco tienen que ver aquellos afganos con los musulmanes que se manifiestan
estos días en Yemen. Y mucho menos con los de Siria, Libia, Egipto o Túnez. La
amenaza del peor Islam existe. También en todos estos países. Y en nuestras
ciudades europeas. Pero de nada nos sirve en el análisis de nuestros intereses
de seguridad ese miedo que lleva a muchos a considerarlos a todos iguales.
Porque podríamos estar ante la oportunidad histórica de que el mundo musulmán
se despida de esa faceta monstruosa medieval. Con esta revolución que puede
durar años y cuya primera fase concluirá cuando los pueblos se hayan
emancipado. Puede que sea así, puede que no. Nuestra influencia directa será
mínima. Pero tenemos una no menor que estriba en que los pueblos que se han
levantado no luchan por vivir como en Irán, sino como aquí en Europa. Ayudemos
a intentarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario