ABC 27.11.10
No está solo el presidente del Gobierno en el furgón de los
perjudicados por la fortaleza y el éxito del Gobierno de Merkel, esa hija de
pastor protestante a la que Zapatero se apresuró a llamar despectivamente
«fracasada». El desprecio es mútuo. Merkel, desde su educación del rigor, no
puede soportar la vacuidad y frivolidad del presidente español. Se asegura que
detesta todo en Zapatero, formas y fondo, si esto significa algo. Ya le puso la
cruz cuando percibió las malas artes de Zapatero en el caso EON y Endesa. Y
desde entonces sólo ha visto confirmada su percepción del presidente como un
tramposo, el peor desprecio imaginable para una prusiana. Pero en Alemania, los
agraviados por su éxito son otros. Toda una generación de líderes
democristianos, relativamente jóvenes y muy preparados —conjurados contra
Merkel en el llamado «Pacto de los Andes»— han visto cómo se les ha pasado el
arroz mientras no dejaba de crecer la figura de esta alemana oriental a la que
en su día
subestimaron. La mayoría —en eso la
clase política alemana demuestra otro nivel— han recalado en la empresa
privada. Ahora Merkel ha recibido más del 90% de votos en su reelección como
presidenta de la CDU y todos sus rivales asumen que se jubilarán antes que
ella. Sus éxitos son rotundos. El crecimiento de Alemania ya se acerca al 3,5%,
el desempleo cae al 6% y varios estados federados hablan ya de pleno empleo.
Además Merkel ha dejado claro que piensa dejar huella por algo más que este
nuevo milagro alemán. Su desafío a la tradicional política marcada por la
supremacía cultural eco-socialista, se ha manifestado ya con la prolongación de
vida de las centrales nucleares. Y su política en contra de la falacia
multicultural revela que aspira a que, como lograron Adenauer y Kohl, esta era
alemana lleve su nombre.
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