ABC 30.03.12
HABÍA ayer mucha gente en la manifestación convocada por los
sindicatos. Por supuesto que no los que dicen, pero eso da lo mismo. Después de
lo escuchado estos días entre mentiras y baladronadas, pero ante todo amenazas,
poco de lo que estos sindicatos digan importa mucho ya. Han gastado su cartucho
a la primera de cambio. Les entró el pánico cuando vieron lo mucho que van a
cambiar las cosas en España. Y lo mucho que van a afectarles los cambios. No ya
a los trabajadores españoles, que también. Sino a ellos, a los sindicatos que
jugaron su papel en la transición española y que a través de las décadas
perdieron todas las oportunidades de reformarse. Hasta ser hoy un lastre para
la economía y para la sociedad española, unas organizaciones parasitarias carísimas,
cuya agitación paleomarxista es lo contrario a la pedagogía social necesaria en
un mundo de rapidísimos cambios. El fracaso de la huelga de ayer es el
previsible principio de su final como organizaciones con pretensión de
influencia política. Su pérdida de poder con la reforma es inevitable. E
irreversible. Es inminente el fin de su pingüe negocio de pretender ser el
garante de la paz social a cambio de unas millonarias subvenciones para un
inmenso aparato. Es lógico que intenten mantenerlo en pie con amenazas, con
manifestaciones y desórdenes. Pero eso no cambiará en absoluto su suerte. Que
está echada. Y no por enemistad de nadie. Ni por conspiración alguna. Se han
convertido en una lacra para el desarrollo sano de la sociedad. Por si cabía
alguna duda, la conducta de sus líderes, incluidos los dos santones Toxo y
Méndez, ha dejado claro que son personajes que la España moderna ha de dejar
atrás cuanto antes. Por sus limitaciones, sus simplezas, su demagogia y su
profunda hipocresía. Y también hay que decirlo, por su vocación totalitaria.
Porque sus pretensiones de tumbar las decisiones políticas del Gobierno tienen
la arrogancia de un pronunciamiento cuartelero. Y ayer en Sol la pareja de
caudillos autoproclamados volvió a sus
excesos, con baladronadas paragolpistas de una vehemencia que cree necesaria
para compensar su fracaso evidente. Se obcecan en que el mundo no cambie. Todo
cambio les perjudica. Son hoy la reacción de manual. Pero hace mucho tiempo que
el mundo no hace caso a gente como Toxo y Mendez y su tropa de aparatchiks,
mitad Lenin, mitad Soprano.
Había mucha gente preocupada en la manifestación de ayer.
Sinceramente preocupada. Y con razón. Estamos en un momento dificilísimo. En el
que muchas certezas y seguridades que marcaban nuestras vidas en pasadas
décadas han desaparecido. Pero no porque lo decrete el Gobierno del PP sino
porque son insostenibles. A todos nos gustaron mientras duraron. Tenemos que
competir. Así es la vida. Con la globalización pueden venir bendiciones o no.
Pero los sueños autárquicos de una izquierda descabalgada son absurdos y
suicidas. Esto no quiere decir que los tiempos futuros tengan que ser
necesariamente peores. Serán distintos. Cuando pasemos la transición, quienes
mejor se hayan adaptado serán quienes puedan ofrecer mejor vida a sus
ciudadanos. Ya es así. La inmensa mayoría de los españoles no ha estado en
estas manifestaciones. Y cree que las reformas son necesarias. Aunque no le
gusten. Ahora le toca al Gobierno explicarse. De verdad y no como hasta ahora.
Porque la dejación en esta pedagogía por parte del Gobierno ha sido un
gravísimo error. Porque toda la explicación de la reforma ha estado en manos de
sus enemigos. Y estos han sembrado el terrible malentendido de que es evitable.
El Gobierno tiene que deshacer ese malentendido. Asumir la obligación de la
comunicación con la sociedad. Y generar esperanza.
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