Por HERMANN TERTSCH
ABC 21.07.12
Nuestras fuerzas armadas purifican la zona de Al Midan de
los mercenarios terroristas y reinstauran la seguridad». Así se inventaba la
realidad ayer la agencia oficial de lo que queda del régimen de Bashar al
Assad. Ni siquiera todo era mentira. Porque es cierto que ayer por la tarde las
fuerzas rebeldes del Ejército Libre de Siria se habían retirado del barrio
céntrico de Midan. Entre otras cosas, para dar un respiro allí a una maltratada
población que lleva varios días encerrada y bajo fuertes bombardeos de los
helicópteros de Assad. Pero lo de reinstaurar la seguridad es ya todo un
involuntario sarcasmo. Precisamente cuando había de anunciarse la muerte del
general Hisham Ijtiar, jefe de la seguridad del régimen, herido en el atentado
que se llevó por delante al ministro de Defensa, al cuñado del presidente y al
principal asesor del mismo.
La seguridad no volverá a existir para los supervivientes
del régimen. Ni en Damasco ni en ningún rincón del país. Cierto que el aparato
del régimen tiene aún capacidad de hacer daño infinito. Que puede convertir en
paisaje de ruinas la maravillosa ciudad de Damasco como ha hecho ya con otras
joyas menores. Pero Assad ha perdido el control de la capital y de las
fronteras, con pasos fronterizos a Irak y Turquía controlados por sus enemigos.
Aun puede moverse. Y trasladarse a Lataquia, en la costa en el norte, donde la
secta alauita -nada que ver con los alevitas turcos ni la dinastía alauita
marroquí- a la que pertenece, es posible que luche por él por agradecimiento a
los privilegios habidos y por miedo a compartir la suerte de su líder ante una
revancha de la mayoría sunní. Assad es un muerto que aun puede matar. Pero aun
cuando muera, hay que temer que Siria tendrá un largo vadeo por sangre.
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