ABC 29.10.11
No estarán once de los veintidós jefes de Estado y Gobierno
de los países participantes en la Cumbre Iberoamericana. Es la XXI Cumbre y
desde luego no será la última. Pero es evidente que esta reunión que fue niña
mimada de la política exterior española pasa por el peor momento de su
existencia. Muchos se cuestionan su sentido. Razones hay muchas. La primera es
sin duda la creciente diversificación evidente de los intereses de los países
miembros en estas dos décadas. Más allá de los problemas bilaterales entre
países participantes y de los caminos distintos de unos y otros, están los
rápidos procesos de desarrollo de algunos y el surgimiento de nuevos focos de
poder regional en el subcontinente americano. Para que en este periodo de
vertiginosos cambios la Cumbre Iberoamericana preservara elementos básicos de
cohesión e interés común habría sido necesario dotarla de unos contenidos de
los que carece. Lo que se debe a todos los factores antes enumerados pero
también al estrepitoso fracaso de España. Resulta ya ocioso hablar de la
catástrofe que han supuesto para España estos ocho años de Gobierno de
Zapatero. En la política exterior es tan dolorosa como en casi todos los demás
campos de la acción de gobierno. Pero incluso en ese marco de desidia e
incompetencia es llamativa la vertiginosa descomposición de una influencia en
la que España con anteriores gobiernos había invertido ilusión, trabajo y mucho
dinero. También para esto hay razones que van desde el desinterés de Zapatero
por la región a la que apenas ha viajado, a la confusión ideológica y la
desastrosa actuación de los ministros Moratinos y Jiménez. Mientras las
compañías españolas han multiplicado su presencia en aquellos países, la España
oficial ha desaparecido. Y dejado un vacío que han ocupado otros. Cambiar este
rumbo será difícil. Pero está claro que también allí se considera que cualquier
política de España será mejor que la habida en estos años.
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