miércoles, 18 de febrero de 2015

LA MALA FE

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  09.08.11


Uno de los más detestables legados de Zapatero es esa voluntad que ha despertado en unos españoles de hacer daño a otros

NOS anuncian que la UGT ha decidido convocar una huelga en el Metro de Madrid durante los días de las Jornadas Mundiales de la Juventud, es decir, durante la visita del Papa. No vaya a pensar alguien que es un malentendido, que la han convocado en esos días unos sindicalistas poco seguidores de las noticias del Vaticano, que ignoraban que esos días se espera en Madrid a un millón de visitantes procedentes de todo el mundo. La propia UGT confirma que la huelga se convoca en esos días porque el aumento del servicio establecido para la visita papal contradice los criterios de austeridad impuestos en el pasado convenio colectivo. Horas después de esta nueva, nos enteramos que también los sindicatos en el personal de tierra del aeropuerto de Barajas convocan una huelga para esos días. Como ven, una vez más, estamos ante un auténtico alarde de mala fe. Y de desprecio olímpico a la ciudadanía y en absoluto sólo a los fieles católicos que se dan cita esos días en Madrid. Uno de los más detestables legados que nos deja ese accidente histórico que ha sido Zapatero es precisamente esa mala fe, esa voluntad que ha despertado en unos españoles de hacer daño a otros. Está la vida cotidiana política repleta de gestos y actos de mala fe hacia quienes no han participado en esa «oleada progresista» de los últimos siete años. En los que por un tiempo Zapatero y los suyos realmente creyeron que podrían crear en España en el siglo XXI ciudadanos de primera y de segunda. Ellos, la izquierda renacida, los nacionalistas, los independentistas y, ay, también los terroristas, todos unidos en el progresismo republicano, en esa «democracia avanzada» del «nuevo socialismo» para hacer morder el polvo a la «derecha casposa», a los fachas de mierda que habían creído que saldrían impunes gracias a la trampa de la transición. Y por supuesto a los meapilas del nacionalcatolicismo, a toda la Iglesia católica, a la que no se dio todo su merecido en los años del Frente Popular y es otra vez punta de lanza de la reacción y el facherío. Son las cuentas que hay que saldar, según un mensaje obsesivo, insistente, permanente que se lanza en series televisivas, en reportajes, en documentales, en programas basura de sábado noche, en la prensa socialista otrora respetable y en la que nunca lo ha sido. Y también en las manifestaciones del 15-M, esos cachorros que intenta cultivar el socialismo, ya desarbolado por la miseria de sus propios fracasos.

Y los sindicatos han sido pieza esencial en hacer retornar la ideología –esta sí que rematadamente, fétidamente casposa– a las relaciones laborales y sociales. Donde durante muchos años hubo líderes decentes como José María Fidalgo y otros, tomaron las riendas unos personajes que enseguida vieron lo rentable que era montarse en el carro de la revancha ideológica. Los sindicatos han sido por ello los mejores cómplices del Gobierno para sus tropelías. Los encubridores ante los trabajadores y las bandas de matones para todos los que en los años del zapaterismo todopoderoso osaban levantar la voz. Alegarán algunos que hay excepciones. Por supuesto. Pero la dirección de los sindicatos principales que representan cada vez a menos trabajadores, y en algunos sectores a ninguno, han logrado reconvertirlos en gigantescos aparatos parasitarios que actúan para la defensa de los intereses de sus afiliados y de sus aliados ideológicos que están en el Gobierno, en las tramas corruptas de la administración socialista y en los movimientos antisistema cuando conviene. Como ahora. Y después piden respeto. Cuando lo que tienen que pedir es perdón.

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