ABC 03.08.12
Iba a ser el jueves la gran fiesta de las almas puras, el
día del final del cruel purgatorio impuesto por los avaros y autoritarios. Y no
lo fue
ESTABAN empeñados con que era ayer el día en que España se
jugaba todo. Nada menos que todo. Convencidos de que, con que un hombre
anunciara que iba a hacer lo que ellos quieren, recomiendan, ordenan y exigen,
los problemas a resolver serían ya, para todos nosotros, de índole menor.
Esperaban y exigían que el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi,
apareciera en conferencia de prensa en Frankfurt para decir que sí, que había
hecho caso a todos los que le piden que ponga a la institución que preside a
comprar con frenesí toda la deuda que asuste. Y en serio, de forma sistemática.
En el mercado secundario y en el primario con trampa, si hiciera falta. Para
evitar que los mercados puedan molestar a estos países con intereses que les
sean incómodos. Como hace una semana, Mario Draghi dijo en Londres que haría
todo lo posible y necesario para salvar al euro y que sería suficiente, todos
se mostraron entusiasmados. Porque dicho así, aquellas palabras de Draghi sólo
podían ser proclamación explícita de su intención de hacer lo que ellos le
exigen desde hace meses que haga. Entonces subió un día la bolsa y bajo un poco
la prima de riesgo. Después volvieron los titubeos. Pero todos esperaban al
jueves. Para la solución total. Perfecta. La que todos sabían oportuna e ideal.
La que pedían a gritos. La que demandaban a coro. Porque estaba clara. Pero ya
saben de quién es la culpa de que llegáramos aquí. La tenebrosa, la furiosa
Angela Merkel, ya se ve, insatisfecha y mala, no quería. Como muchos alemanes,
que nos expolian a diario. Bien se aprovechan de nosotros. Y encima no quieren
aflojar ahora la mosca. Esos rácanos luteranos. Por fin, después de hablar
Draghi el jueves, se decían tantos, quedaban doblegados esos bárbaros del norte
que no saben disfrutar de la pasta. Volvería la cara humana de la economía. Ya
saben, el alma. Y la alegría. Y la compasión que no conocen los puritanos,
calvinistas o como se llamen esos tristes que disfrutan con el rigor propio y
el sufrimiento ajeno.
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