ABC 20.03.12
DICEN que peor que nacer condenado es condenarse uno mismo.
Lo que puede entenderse como el fracaso en redimirse o el desaprovechar las
oportunidades de hacerlo. En lo que los españoles si nos empeñamos podemos ser
campeones. No tiene por qué ser así. Muchos seguimos pensando hoy que en 1978
rompimos esa larga tradición de errar y por fin aprovechamos una oportunidad
histórica de dar un gran salto hacia la libertad, modernidad y calidad. Y
algunos pensamos que estamos ante la oportunidad de una gran reforma histórica
similar en esta década. Que paradójicamente se nos abre por las extremas
exigencias de una nueva era internacional y por el fracaso estrepitoso de
quienes intentaron secuestrar y ningunear a la España constitucional.
Pero más que de oportunidades aprovechadas, hablemos hoy de
las perdidas. Perdida fue aquella que se nos parecía abrir en 1812 con aquella
constitución que era ejercicio de conocimiento, bondad y generosidad y fe en el
ser humano y la racionalidad. Que la fe era excesiva quedo en evidencia pronto.
Que no había pueblo para tan excelsa constitución quedó claro sin tardar. Si se
echa la vista atrás es fácil llegar a la conclusión de que aquella oportunidad
nunca existió de veras. Porque lo peor era tanto más poderoso que aquellas
magníficas intenciones hechas capítulos y artículos. Fíjense también en la
oportunidad perdida sobre la oportunidad perdida. Porque imagínense lo que
cualquier otra gran nación europea habría hecho con el bicentenario de su
primera constitución, que además es ejemplar y gallarda defensora de los
valores hoy más reconocidos que nunca desde entonces. Habría estado durante una
década organizando cursos de todo nivel, seminarios, concursos en las escuelas,
convocatorias de premios sobre estudios o de literatura en torno a una fecha
así. Hoy tendríamos dos generaciones jóvenes empapadas en conocimiento sobre
aquella constitución y las circunstancias terribles y heroicas en que se gesto.
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