Por HERMANN TERTSCH
ABC 06.09.11
En el
reino de la envidia nada puede ser más popular que hacerle la puñeta a un rico
Todos
se nos han vestido de Robin Hood. Con la espada justiciera, el arco y el carcaj
repleto de flechas se ha desatado la caza del rico, culpable como en cualquier
cuento medieval tanto de su riqueza como de la pobreza ajena. Es un fenómeno de
todas las sociedades desarrolladas. Alimentado por el hecho cierto de que las
diferencias entre los más ricos y los pobres han aumentado en el capitalismo
moderno, vuelven los adalides del reparto de lo ajeno para mayor gloria (y masa
subvencionada) propia. Por supuesto que el Estado tiene un mandato
redistributivo y que la igualdad de oportunidades ha de perseguirse por una
política fiscal. Pero a lo que asistimos ahora es a la reactivación de la
primitivísima idea de que la riqueza se genera de la sustracción a un todo
inmutable y por tanto es directamente responsable de la pobreza. Y de la
incapacidad de los políticos de cumplir en épocas de crisis con las inmensas
exigencias de la sociedad al Estado del bienestar. Así, izquierda y derecha
compiten por distanciarse de las “grandes riquezas” y plantear leyes para
castigarlas. Algunas grandes fortunas de diversos países, atosigados por la
presión ambiental y la mala conciencia ante una red social que se resquebraja,
anuncian su deseo de pagar más impuestos. Les honra. Pero en absoluto corrige
la inadaptación de las economías ni fomenta la creación de riqueza. Su dinero
tendría mejor destino en la beneficencia a través de fundaciones.
Y en
España esta caza del rico como solución a todos los problemas es ya grito
entusiasta. En el reino de la envidia nada puede ser más popular que hacerle la
puñeta a un rico. No cambiará la vida de los pobres, pero causará general
satisfacción. La izquierda lo hace por vocación y obligación. Porque incapaz de
crear riqueza siempre ha tenido que hacer política confiscatoria para
subvencionar los apoyos y legitimar su gobierno y su existencia. Cuando se le
agotan los bienes a repartir deja el país hecho un erial, agotadas las fuentes
de riqueza y bienestar a redistribuir. Si existe una democracia medianamente
sana, pierde las elecciones y va a la oposición. Hasta que la derecha ha
acumulado errores y prepotencia suficiente como para hartar al electorado y hacerle
olvidar los desastres que el socialismo había causado. Eso es lo que, salvo que
suframos alguna gamberrada muy seria del equipo Rubalcaba, sucederá en España
el 21 de noviembre. Habrá alternancia. Paradójicamente gracias a esta crisis.
Porque se quiso impedir a toda costa. Pero en ninguna democracia hubo en el
último medio siglo ningún líder que, en pos de sus aventuras transformadoras y
para impedir definitivamente dicha alternancia, fuera tan lejos en la violación
de su juramento de defender el orden legal. Y encontró a una sociedad sumisa
que le aceptó todas las tropelías ideológicas, políticas, económicas y
jurídicas. Y sólo se ha revuelto contra el insensato cuando éste les ha tocado
el bolsillo. Ahora, el desarbolado Rubalcaba dice que con nuevos impuestos a
los ricos conseguirá 2.500 millones que dedicará “a empleo”. Si supiera cómo,
ha tenido muchas veces 2.500 millones para hacerlo. Sino porque se lo quita a
otros. El problema de la mentira radica en que en España ricos de verdad son
cuatro. Y se van cuando quieren. A no ser que quieran quitarles el pasaporte.
Luego hay que inventar ricos para satisfacer al votante mileurista y al parado.
Y esos “ricos” a castigar y expoliar como culpables de la crisis serían todos
los demás.
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