ABC 13.01.12
EL presidente de Irán, Mahmud
Ahmadineyad estaba de gira por los regímenes peores de Occidente y por lo tanto
tenía parada obligatoria en La Habana. Allí habita el icono aun viviente de
todos estos caudillos que, a principios del siglo XXI, combinan las peores
taras de los dictadores militares fascistas con la mugre ideológica de un
llamado «socialismo del siglo XXI» que no es sino comunismo del quiero y no
puedo. Castro, es sin duda el gran campeón de los gestores de la miseria, la
cobardía y el miedo, porque con la administración de todo ello lleva cincuenta
años en el poder. Y eso es lo que pretenden Hugo Chavez, Daniel Ortega y el
propio Ajmadineyad. Todos sueñan con garantizarse la explotación de los
recursos de su país y el gobierno militarizado de sus gentes durante medio
siglo. No es previsible que lo consigan. El pobre Ahmadineyad es el que está en
peores apuros. Por eso ha salido al extranjero a producir fotografías que
puedan dar su imagen en los medios iraníes como un hombre con amigos, un estadista
con agenda, un líder arropado. Tal como están el propio Ahmadineyad y su país,
ha tenido que conformarse con ir a las capitales lumpen del hemisferio. Sus
intentos de convencer a la presidenta brasileña Roussef de que le diera un
breve abrazo en tierra brasileira fracasaron. Por ello, toda la gira ha sido un
encuentro con iguales. Con dictadores cuyo interés se centra básicamente en su
supervivencia con la administración racional de fraude, brutalidad y terror
para perpetuar el sometimiento de unas poblaciones en creciente miseria.
Ahmanineyad necesita popularidad porque en casa se le complican las cosas. Su
enfrentamiento con el líder espiritual Alí Jamenei no lo puede ganar. El
recorte de poderes al que Jamenei le ha sometido desde su fraudulenta reelección
en 2009 le hacen presidente en permanente precariedad. No se sabe en qué medida
apoyan los clérigos y el propio Jamenei sus baladronadas contra Occidente. Pero
la situación interna en Irán se ha deteriorado gravemente, con una
insatisfacción creciente de todas las capas de la sociedad, incluidas las más
bajas que le auparon al poder. Y el reforzamiento de las sanciones no le
auguran mejora alguna. Así las cosas, nada como una buena ración de odio
antioccidental desde otros países. Para demostrar que no está aislado y
pretender un liderazgo en una alianza contra el gran Satán que son EE.UU. e
Israel. Eso siempre vende. No ya por supuesto en una juventud iraní que ya ha
sido aplastada sangrientamente en 2009 cuando se levantó contra Ahmadineyad.
Entre los iraníes menos informados. Y, eso sí que es una juerga, entre cierto
tipo de izquierdistas europeos. Cualquier esperanza de ofender o amenazar a
Occidente, y sobre todo a EE.UU. y a Israel, es recibida con aplausos
entusiastas por quienes desde el hundimiento de la URSS andan huerfanitos.
Aunque tengan que abrazarse a caudillos grotescos como Chavez u Ortega, al
patético anciano desalmado de Castro o a un Ahmadineyad que ahorca homosexuales
con la misma alegría que mujeres desobedientes. No son sólo los fanáticos
izquierdistas que las sociedades abiertas occidentales generan y que odian al
sistema democrático pero jamás emprenden la huida del mismo hacia países más
afines con sus ideas. También esos calculadores negociantes entre dos aguas.
Los que dan lecciones de democracia mientras pasean ufanos de la mano de los
poderosos en un país sumido en la miseria y el miedo. Con tanto desprecio hacia
los perseguidos por Castro como a los ahorcados por el fanático iraní. Son los
VIP occidentales en las dictaduras. Esos otros amigos de Ahmadineyad.
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