sábado, 21 de febrero de 2015

ALFOMBRAS VOLADORAS

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  08.06.12


EL ministro para la Ayuda al Desarrollo del Gobierno alemán, Dirk Niebel, miembro del partido liberal (FDP) se ha metido en un buen lío. Y no está muy claro que vaya a salir del mismo sin cambio de trabajo y destino. Es posible que dentro de una semana sea aun ministro. Es improbable que lo sea durante mucho tiempo. Es impensable que vuelva a serlo. Y todo por querer forzar a una alfombra a volar. Equivocándose en el tiempo, en las formas y en el fondo. El ministro Niebel se compró una bonita alfombra en Afganistán durante una de sus estancias en aquel país. Bonita y grande. Y buena. Porque pagó allí por ella 1.400 dólares, que son una pequeña fortuna. Pero el ministro había viajado a Kabul en vuelo regular, por lo que volver con una alfombra de nueve metros cuadrados y 30 kilos le resultaba un latazo. Por lo demás, se supone que debía saberlo, al llegar a Alemania habría tenido que hacer todos los trámites aduaneros y el pago de los gastos resultantes. Otra forma de hacerla llegar a Alemania era un envío por correo. Que es la forma utilizada por gran parte del personal militar o civil que el Gobierno alemán tiene destacado en Afganistán. Pero también tarda la vía postal y muchas veces la mercancía se queda atascada en Dubai, que es el país de tránsito, con tramitaciones lentas y tediosas. Por resumir, el ministro dejó el paquetón en la embajada de Alemania con el encargo de buscar una manera menos convencional de hacérselo llegar. Y llegó a Kabul el jefe de los servicios de información federales (BND), Gerhard Schindler, que es el único alto cargo que, por razones obvias, tiene un avión propio para ir y venir de aquel país. Cuando le dijeron que si, de regreso a casa, podía llevarse el paquete del ministro, pensó que era una gestión oficial. Y la alfombra voló. Y llegó a la zona oficial del aeropuerto de Schoeneberg y allí la esperaba el coche oficial del ministro que se la llevó hacia Berlín sin pasar por la aduana. Esta es la historia de la alfombra y no se sabe cómo acabará. El ministro se ha apresurado a anunciar que pagará los costos de aduanas que por un malentendido no se habían satisfecho. Pensaba yo ayer que las alfombras voladoras que se mueven en nuestra administración española podrían, no ya ocultar el sol, sino hacer la noche perenne en la tierra. Pisando esas alfombras podría uno recorrer el globo. Porque son fruto de una generosidad sin fin con los recursos públicos. Una generosidad de la que se hace gala o que se demanda con perfecta tranquilidad de espíritu porque se da por sobrentendida y lógica. Es más, todavía se reacciona con sorpresa o irritación cuando alguien niega ese favor alegando al uso indebido de recursos públicos. Han pasado muchos sinvergüenzas por nuestros gobiernos a lo largo de nuestra historia. Pero quizás nunca hemos sufrido una tropa de golfos apandadores tan compacta como en tiempos recientes en los que, al grito de «el dinero público no es de nadie», gentes que jamás habían soñado, previsto ni preparado tener una alta responsabilidad, se vieron al mando del grifo de los dineros y los favores. Y con la procacidad del nuevo rico con dinero ajeno se regaron los unos a otros con favores. En una inmensa orgía de lo que se dio en llamar sinergias en las que las ideologías sólo lubricaban la coyunda. Acabar con estas prácticas sin que medie el trauma de guerra o dictadura es muy difícil. Quizás la amenaza de catástrofe absoluta sea suficiente.

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