sábado, 21 de febrero de 2015

DESASTRE INEVITABLE

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  05.06.12


ENTRE las supersticiones del hombre moderno está, además de la superación del mal por medio del progreso, la abolición del accidente o la fatalidad. Todo debe tener culpables. Pasa incluso con las catástrofes en las que por definición el hombre no tiene influencia, que son las naturales. La crisis de Siria adquiere visos de catástrofe natural. Terrible e imparable. El mundo pretende actuar ahora que toma conciencia del grado de crueldad con que son capaces de actuar las fuerzas de Bashir el Assad. La situación geopolítica y de seguridad de Siria hace previsible que el baño de sangre que comenzó el año pasado se intensificará, nadie sabe hasta qué límites. Y mil factores impiden una intervención efectiva. El espanto está anunciado. Las recientes ejecuciones y torturas de niños y mujeres en Hula han sido -cuentan quienes vieron los cadáveres y reconstruyeron los hechos- perfectamente infernales. El objetivo de esta monstruosidad, como de otras matanzas, y las torturas generalizadas en el país es extender el terror y convertirlo en absoluto. Elevar la intensidad del horror hasta niveles que lo conviertan en paralizante.

Esta política es reflejo de un hecho cada vez más evidente. Assad está aún hoy cautivo por el «síndrome de Hama», convencido de que con el necesario grado de represión y consiguiente terror, puede lograr una estabilización del régimen. Como hizo su padre. Que esta convicción es disparatada lo cree la mayoría de los observadores internos y externos. Pero puede deducirse que la comparte la cúpula del régimen, en la que las deserciones no han pasado de casos aislados. Hama es una ciudad siria que en 1982 se levantó, liderada por un movimiento sunita, contra el padre del actual presidente, su antecesor Hafed El Assad. Entonces, ahora hace treinta años, el presidente rodeo y aisló aquella ciudad y la tomó tras terribles bombardeos con aviación y carros de combate. Una vez controlada comenzaron allí unas interminables ejecuciones masivas que en tres días pudieron costar la vida a cerca de 20.000 habitantes. El orden quedó plenamente restablecido. Para casi treinta años. El mensaje de que cualquier insubordinación sería aplastada sin piedad mantuvo su efecto hasta la primavera del 2011. Assad cree que puede renovarlo. Pero no sólo la fe de Assad en la sangre y el terror hace prever una inmensa tragedia.

La unión de las fuerzas de oposición es prácticamente imposible. Y lo será más cuando se disputen entre ellas territorios arrebatados al control de Damasco, así como el poder y las armas. Nadie cuenta con que pueda crearse un consejo que aglutine y controle a todas las diversas facciones opositores, como sucedió en Libia. Se da por hecho que acabarán enfrentándose entre sí en un proceso de libanización. Y muchos temen que salte las fronteras de Siria hacia los territorios vecinos. De unos Estados que estarán todos implicados, quieran o no, en ese enjambre. Arabia Saudí, Turquía, el mundo kurdo, que hervirá en cuatro países, Irán con su único aliado en el mundo árabe y Rusia en la lucha por salvar a su último socio en la región. Que cada vez tendrá más dificultades en garantizar a Moscú la seguridad de su base naval, sus explotaciones y demás inversiones. El panorama es desolador, sin duda. La peor opción ya era dar crédito a Kofi Annan para su plan de paz. Afortunadamente cadáver. Que apostaba por salvar el régimen de Assad. Y era el plan de Putin. Muerto el plan, sólo queda imponer desde el Consejo de Seguridad ciudades protegidas y pasillos humanitarios bajo protección de la ONU para paliar el sufrimiento. Y aguantar la mucha sangre y el dolor que vamos a ver.

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