ABC 05.06.12
ENTRE las supersticiones del hombre moderno está, además de
la superación del mal por medio del progreso, la abolición del accidente o la
fatalidad. Todo debe tener culpables. Pasa incluso con las catástrofes en las
que por definición el hombre no tiene influencia, que son las naturales. La
crisis de Siria adquiere visos de catástrofe natural. Terrible e imparable. El
mundo pretende actuar ahora que toma conciencia del grado de crueldad con que
son capaces de actuar las fuerzas de Bashir el Assad. La situación geopolítica
y de seguridad de Siria hace previsible que el baño de sangre que comenzó el
año pasado se intensificará, nadie sabe hasta qué límites. Y mil factores
impiden una intervención efectiva. El espanto está anunciado. Las recientes
ejecuciones y torturas de niños y mujeres en Hula han sido -cuentan quienes
vieron los cadáveres y reconstruyeron los hechos- perfectamente infernales. El
objetivo de esta monstruosidad, como de otras matanzas, y las torturas
generalizadas en el país es extender el terror y convertirlo en absoluto.
Elevar la intensidad del horror hasta niveles que lo conviertan en paralizante.
Esta política es reflejo de un hecho cada vez más evidente.
Assad está aún hoy cautivo por el «síndrome de Hama», convencido de que con el
necesario grado de represión y consiguiente terror, puede lograr una
estabilización del régimen. Como hizo su padre. Que esta convicción es
disparatada lo cree la mayoría de los observadores internos y externos. Pero
puede deducirse que la comparte la cúpula del régimen, en la que las
deserciones no han pasado de casos aislados. Hama es una ciudad siria que en
1982 se levantó, liderada por un movimiento sunita, contra el padre del actual
presidente, su antecesor Hafed El Assad. Entonces, ahora hace treinta años, el
presidente rodeo y aisló aquella ciudad y la tomó tras terribles bombardeos con
aviación y carros de combate. Una vez controlada comenzaron allí unas
interminables ejecuciones masivas que en tres días pudieron costar la vida a
cerca de 20.000 habitantes. El orden quedó plenamente restablecido. Para casi
treinta años. El mensaje de que cualquier insubordinación sería aplastada sin
piedad mantuvo su efecto hasta la primavera del 2011. Assad cree que puede
renovarlo. Pero no sólo la fe de Assad en la sangre y el terror hace prever una
inmensa tragedia.
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