ABC 08.09.12
Las encuestas recientes demuestran que la obamamanía en
Europa, que tocó cotas histéricas hace cuatro años, persiste. Y que de ser
elegido por los europeos, Barack Obama gozaría de una victoria abrumadora. Para
nada influye en este apoyo que sus cuatro años hayan sido una larga decepción
para los norteamericanos.
No era difícil de prever que las expectativas que había
despertado se quebraran. Pero tampoco era previsible que tras cuatro años de
ejercicio se viera realmente en problemas de renovar el mandato ante un rival
tan vulnerable y flojo como Mitt Romney y un Partido Republicano lejos de sus
mejores horas. Ya saben que aquí en España los más inmisericordes críticos de
Obama le comparan con Zapatero. Eso no sólo es cruel sino radicalmente injusto.
Que las huestes militantes demócratas -y la retórica de Obama- sean también
sectarias y hayan dividido aun más a la sociedad norteamericana no supone que
Obama no sea fundamentalmente un líder decente. Y frente a aquel necio «El
poder no me cambiará» de Zp, el presidente norteamericano, con mucha más
humildad e inteligencia, manifestaba en la Convención norteamericana: «He
cambiado». Con esta afirmación pide perdón por los fracasos del pasado y hace
una renovada promesa.
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