jueves, 19 de febrero de 2015

AMNISTÍA PARA GARZÓN

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  28.02.12


YA sabemos que Baltasar Garzón y sus amigos piensan que el mundo estaba en vilo a la espera de conocer su suerte. Pero lo cierto es que los españoles tienen muchas otras cosas en las que pensar. A muchos les habrá dado probablemente siempre igual lo que haga el juez y le suceda. Otros estarán ya tranquilos con la certeza de que ha sido expulsado de la carrera judicial y de que ningún contratiempo en sus vidas, por grave que sea, puede llevarles a caer en manos de Garzón como juez instructor. Y los amigos de don Baltasar estarán corroídos por sentimientos encontrados. Por un lado saludan la absolución en esta tercera causa en lo que consideran una conspiración de la hidra del fascismo contra Garzón. Pero también son conscientes de que este fallo les revienta sus posibilidades de verbena propagandística permanente. Con lo que eso cunde, anima y une en estos momentos de zozobra de la izquierda. Nada motiva tanto como un poquito de «épica por favor» en las calles, con banderas republicanas y pancartas anunciando y denunciando el fascismo omnipresente y peligrosísimo. Yo reconoceré que pertenezco al segundo grupo. Una vez seguro de que no hay fatalidad que me pueda hacer quedar a merced de un juez Garzón, su suerte me importa menos. Y comprendo el terrible agotamiento con Garzón que aqueja a sus ex compañeros en particular y a mucho español en general. Porque lo comparto. Y por eso reconozco que hoy estoy dispuesto a mostrarme menos alarmado de lo que debiera por una sentencia que, como supongo que muchísimos españoles y eso sí que no lo ocultaré, considero injusta. La creo injusta porque tengo la absoluta convicción moral de que Garzón sabía que se saltaba la ley al ignorar la amnistía. Y que lo hizo porque pensó, con la prepotencia proverbial de nuestros santos laicos de la izquierda, que «aquí no hay cojones para negarme a mí esta magna operación de justicia histórica y cósmica». Y que lo hizo con la certeza de que quien se atreviera a objetar se vería  atropellado por la maquinaria de insultos de los amigos de esa izquierda revanchista y sectaria. Y que precisamente por el miedo de los demás a esa máquina de insultar tan engrasada, él podría violar la ley de amnistía impunemente. Son benévolos estos jueces del Supremo. Quizás no sean como dice Gaspar Llamazares los peores lacayos del fascismo. Si lo fueran no habrían dudado en ver mala fe y sobre todo intención de medro personal y político en esa maniobra. Que había lo uno y lo otro lo demuestran las justificaciones que después han hecho todos los defensores del ex juez y protomártir. Porque su intención no desmentida era cargarse la ley de amnistía y violarla todo lo que le dejaran. Porque les parece obsoleta. Y la pretendían abolir por la vía de los hechos. También han estado tiernos los jueces al deducir que el radical giro de opinión de Garzón sobre la ley de amnistía respecto a la mantenida diez años antes y en referencia a Paracuellos se debía a «la fuerza expansiva de los derechos humanos en los últimos tiempos». Aquí los jueces atacados como implacables fascistas tenebrosos por los amigos de Garzón, han estado decididos a pasar por auténticos peluches. No parece que pretendan los jueces que creamos que si a Garzón se le hubiera presentado ayer una denuncia contra Santiago Carrillo, el máximo responsable vivo de la matanza de Paracuellos, único genocida al que la longevidad aun nos preserva, habría emitido una orden de busca y captura, guiado por esa «la fuerza expansiva de los derechos humanos en los últimos tiempos».  

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