ABC 08.05.12
CUANDO se escucha y lee de la crisis de Europa con esa
angustia e histeria hoy tan frecuentes, conviene recordar lo que fueron crisis
europeas de verdad. Cuando andan algunos tan ligeros hablando del hundimiento
de Europa, de la catástrofe, del IV Reich, del fracaso de la UE y otras
majaderías, dan siempre ganas de recomendar la lectura de un par de capítulos
de «Tormenta de acero» de Ernst Jünger. Para que sepan algunos lo que es una
generación perdida y lo que es la miseria. Y lo que es el miedo y el horror que
es capaz de sentir el ser humano. Alguna vez recordé aquí los campos de batalla
del Somme y de Verdun para quienes en serio pretenden que lo que nos pasa hoy
es lo peor imaginable. Pero nos podemos venir más cerca en el tiempo. A los
años en los que las dos ideologías redentoras, el nazismo y fascismo por un
lado y el comunismo por el otro, segaron millones de vidas. Es muy alarmante
que esas dos ideologías totalitarias, que nunca han gobernado sin el crimen,
vuelvan a estar de moda en algunos rincones de Europa. Es triste que los
griegos tomaran este pasado domingo una vez más la decisión de hacerse daño en
su infantil intento de desafiar a Europa y al mundo. Y que comunistas y nazis
tengan una presencia masiva en un parlamento es un síntoma dramático de la
descomposición interna de la democracia. Estas fuerzas siempre van a los
parlamentos a destruirlos a poco que se les deje. En los años treinta lo
lograron en gran parte de Europa. Porque unos les dejaron y otros les auparon.
Aquí en España hace unos días un comunista fue al Parlamento andaluz a jurar el
cargo y lo que hizo fue anunciar su voluntad de hacer todo lo posible por
destruir el sistema que le permite acceder al escaño. Que aun así, ese
parlamentario pudiera ocupar su escaño, y no fuera expulsado por su ofensa al
sistema democrático, es muy significativo. Revela lo poco que ya respetamos
unas formas que son imprescindibles como parte del fondo. Y que allí todos los
parlamentarios se
rieran de sus ridículas pero ofensivas
palabras demuestra que el resto de la cámara tampoco se exige a sí misma el
respeto que la institución merece. Pero el hecho que a la postre lleva a muchos
votantes a elegir como sus representantes a los más radicales enemigos de la
libertad, es el discurso antiemancipador de tantas fuerzas en Europa. Que
atizan el miedo y las soluciones propias de la intervención. Es la constante
tormenta de acero de la fobia antiliberal. El bombardeo sistemático desde una
izquierda democrática del mensaje de la intervención protectora de un estado
omnipotente sólo nutre a los mejores antiliberales que son los comunistas y los
nazis. Son los que prometen fórmulas que desactivarán, nadie sabe cómo, la
necesidad de Europa de competir con el resto del mundo. Los que prometen
neutralizar la globalización y por arte de birlibirloque mantener —sin
financiación posible— un estado de beneficencia general. Es
la histeria antiliberal la que genera esos monstruos comunistas y nazis. Ni el
neonazi griego ni Le Pen podrán como «echar a todos los extranjeros de mi
patria». Y los comunistas griegos y andaluces no podrán acabar con los ricos,
aunque como siempre multiplicarán a los pobres. Pero el mensaje peligroso que
nutre al extremismo, es el que infunde angustia en Europa, miedo a la libertad
y al futuro en la sociedad abierta. Y pretende que los europeos podrán vivir en
este siglo ignorando al resto del mundo, si se entregan a un estado omnipotente.
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