ABC 01.06.12
NO, no llegaremos a tener en las paredes y paradas agresivos
pasquines desde los que un baturro, un artista, un Guardia Civil o un torero,
con un dedo cruzándose los labios, nos advierta: «Cuidado, todo lo que dices lo
oye el enemigo». Pero ya se oye en conversaciones o programas supuestamente
serios que España está rodeada de fuerzas poderosas que le desean el mal. Que
es víctima de una conspiración. Ya nos cuentan por ahí que no es casualidad que
la prensa anglosajona, las agencias de calificación, Merkel, Monti y Marruecos
tengan todos algo contra nosotros. Es que todas estas fuerzas se entienden a
nuestras espaldas. Desde la extrema izquierda a la derecha, todos descubren
enemigos exteriores a la pobre patria. Y de repente aquí estamos, en la España
desengañada, dolorida y maltratada del 2012, y gente por lo demás razonable se
pone a hablar como un nacionalista catalán o vasco cualquiera. De esos que
saben que existe una vil confabulación histórica contra su patria, injustamente
tratada. Y que se sienten terriblemente agraviados, profundamente heridos, muy,
muy víctimas. Y que saben que sin el enemigo exterior, no sufrirían mal ni
problema alguno. Como todo lo que sucede es para llorar, pues lo más lógico es
hacerlo, llorar con profusión y dedicación. Lamentar nuestra suerte y maldecir
a los responsables de la misma. Que son otros. Ahí está la ridícula retórica de
barrio de la izquierda que acusa de todo a Merkel o alternativamente a una mano
negra llamada «los mercados». Porque una y otros quieren someternos.
Arrebatarnos nuestros derechos y esclavizarnos, que dice la pareja de listos de
Mendez y Toxo. También la derecha entona los lamentos por las incomprensiones.
Sin entender las mil razones de nuestra deplorable reputación. Hasta llegar a
la frase más idiota que se puede escuchar hoy en día en los países víctimas de
su propia deuda: «¡Ya está bien!» Como si aquí estuviéramos jugando una partida
que depende de nuestra cortesía. Y que tenemos otra
alternativa a la disciplina que la
miseria. Nos duele como nos tratan. Y nos dolemos de lo que nos pasa a los
españoles. Casi nadie parece a salvo de esa peste de costumbre de acusar a los
demás del mal propio. Hasta el Gobierno pronunció frases tan memas como
«nosotros ya lo hemos hecho todo, ahora le toca a Europa». «Aquí no se puede
ajustar más». Y algunos españoles parecen esforzados en que nos lancemos por la
deriva de los griegos a la autocompasión indignada, la mejor receta hacia la
miseria, la marginalidad, el desorden social y, muy posiblemente, la violencia.
Afortunadamente, la mayoría de los españoles aun parece no haberse vuelto loca,
pese al bombardeo de unos medios de comunicación masivamente abonados al
ridículo de las teorías izquierdistas de la pena y autoconmiseración. Y de la
crueldad infinita de los enemigos de este inocente pueblo de Miguel Hernández
que nada ha hecho para merecer esta suerte. Sabe que la catástrofe Bankia es un
producto nacional pata negra. Y entienden que es absurdo decir se ha hecho todo
cuando tenemos la misma administración pública que antes de la crisis. Por dar
sólo un dato. Se puede y debe discutir sobre prioridades, pero lo cierto es que
queda muchísimo por hacer. No sólo recortes. Pero es hora de decirles a los españoles
que el autoengaño es una causa capital de nuestra tragedia. Buen momento para
combatirlo. Para exigir ánimo, probidad, serenidad, coraje y firmeza. Cierto
que son virtudes militares desprestigiadas. Pues vuelven a su merecido puesto
de honor. La autocompasión no sólo es inútil. Es contraproducente. Cada alarde
plañidero, oficial o popular, hunde más nuestra credibilidad, nuestro crédito.
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