ABC 29.05.12
EN España el «tú más» se ha convertido ya en algo más que
ese pobre recurso de la respuesta defensiva que en cualquier sociedad
civilizada y adulta está perfectamente desacreditado. Aquí es ya el mejor
instrumento retórico para paralizar cualquier debate, cualquier exigencia de
responsabilidades o mera crítica. No es que seamos originales en el uso de ese
burdo subterfugio. Hace medio siglo, en plena Guerra Fría, cuando Washington
criticaba a Moscú por la violación de los derechos humanos, por los campos de
concentración y la aniquilación de la disidencia, el Kremlin respondía
invariablemente preocupado por las calamidades sufridas por los indios durante
la conquista del Oeste americano. Y se declaraba solidario y conmovido por la
suerte de los «pieles rojas». Ahora en España tenemos a auténticos expertos que
habrían hecho un carrerón como redactores de notas diplomáticas de la escuela
de cínicos de Nikita Jruschov. Ahí tenemos por ejemplo al consejero de Interior
del Gobierno Vasco, Rodolfo Ares, que tiene el valor de hacer paralelismos
entre las amenazas a las que se han visto y ven tantos sometidos por parte de
ETA y sus organizaciones y los supuestos insultos que él recibiría en Madrid.
Ahí están todos los payasos que han acusado a Esperanza Aguirre de generar el
miedo entre vascos y catalanes ante la final de la Copa del Rey. Como si en
Madrid se hubiera producido jamás el acoso y la agresión que los discrepantes
sufren regularmente bajo el nacionalismo radical catalán y no digamos las
hordas euskonazis de los filoetarras. Entre la falta de vergüenza de tantos y
la perversión del lenguaje que definitivamente se ha instalado en nuestro país
en estos pasados años negros, ya no es sólo que seamos tachados de fachas y
nazis todos los que no aceptamos los mezquinos y reduccionistas códigos de
pensamiento, lenguaje y conducta de la izquierda de este país. Es que cualquier
planteamiento que cuestione su impunidad total, la de antisistemas,
filoetarras, izquierdistas radicales o simples odiadores y agresores, supone
una afrenta intolerable. Que exige el linchamiento público como escarmiento
pero ante todo como advertencia a todo navegante del costo de la osadía. Y es
receptiva a este mensaje la clase política que es –por decirlo de una forma
piadosa– tan poco heroica como la sociedad española en general. Ni más ni
menos. Muchos creen realmente creer en algo hasta que llega el momento en que
hacerlo de verdad cuesta algo. Entonces la mayoría se da cuenta de las inmensas
ventajas de ser otro español descreído.
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