ABC 08.03.12
Las
grandes tragedias del siglo XX nos demostraron cruelmente las atrocidades de
que es capaz el ser humano envilecido por ciertas ideologías. Pero nos dejaron
también testimonio de la heroicidad, de la bondad y grandeza de tantos seres
humanos que en las peores y más peligrosas circunstancias no miraron hacia otro
lado ante la injusticia y no renunciaron a su humanidad y compasión.
El
pueblo judío, la mayor víctima colectiva del peor crimen de la historia, el
Holocausto, instituyó, después de la pesadilla y ya asentado en Israel, una
bella forma de agradecer la bondad y el coraje en la ayuda a los suyos por
parte de personas no judías. Los supervivientes del Holocausto querían dejar
testimonio también de las gestas bellas de humanidad que se dieron en el marco
de aquella monstruosa pesadilla criminal que engulló a más de seis millones de
judíos. Es el título de Justo entre las Naciones, con cuyo nombramiento
agradecen Israel y el pueblo judío a alguien sus esfuerzos por salvar vidas de
judíos durante el nacionalsocialismo. Todos ellos tienen un árbol que el
memorial Yad Vashem dedica a estas almas nobles y valientes, tan escasas, tan
valiosas.
Entre esos
árboles hay uno dedicado a una española por matrimonio, cordobesa por adopción,
Carmen Schrader Angelstein, que ha muerto ahora a los 99 años de edad. Su
marido, el diplomático cordobés José Ruiz Santaella, era otro de los solo
cuatro españoles honrados con árboles en el Bosque de los justos.
Se
llamaba Waltraud hasta que abandonó el protestantismo y su nombre por el
catolicismo y el de Carmen para casarse con el joven diplomático agrónomo
cordobés que había conocido en Alemania. Cuando se casaron en Halle, donde él
ampliaba estudios, ya regían las leyes racistas de Nuremberg por lo que José
tuvo que pedir un certificado a Baena de que no tenía sangre judía. Volvieron a
España, pero en 1942 él recibió la oferta de hacerse cargo de la agregaduría de
agricultura en Berlín. Llegaba a la embajada española en plena guerra, aun en
tiempos triunfantes para Hitler. Pero pronto habrían de cambiar las tornas.
Ya se
había producido ese mismo año, en enero, la Conferencia del Wannsee en la que
se estableció la liquidación total de los judíos en Europa. Los campos de
exterminio, las cámaras de gas, los hornos crematorios trabajaban ya sin
descanso.
Fue
entonces cuando Carmen Schrader y su marido José Ruiz Santaella demostraron una
calidad humana extraordinaria en el sentido estricto. ¡Ay si hubiera habido
más! Y también su coraje. En aquel ambiente de asfixiante dictadura en guerra,
enloquecida en su mensaje de exterminio de los judíos, ellos no miraron hacia
otro lado. Y salvaron unas vidas y por tanto ayudaron a salvar todo el mundo,
como reza un dicho judío. Durante más de dos años escondieron en su casa a
Gertrud Neumann, Ruth Arndt y su hija Lina Arndt, tres mujeres judías. Ellas
tenían que haber partido en tren hacia la muerte en el este. Muchos años
después, en octubre de 1988, ambos fueron distinguidos por el memorial Yad
Vashem de Jerusalén con el título de Justos entre las Naciones. Carmen era la
última en morir, de los cuatro españoles –incluido su esposo– distinguidos por
Israel. El testimonio de la gesta de humanidad de Carmen y su marido los
sobrevive.
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