jueves, 19 de febrero de 2015

EL ERIZO MUTILADO

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  06.03.12


EN un célebre ensayo en su gran obra «Pensadores rusos», Isaiah Berlín dividía a la intelligentsia rusa –que no son exactamente los intelectuales-  entre erizos y zorros en «The hedgehog and the fox». Aunque Berlin diría después que el título había sido una frivolidad, lo cierto es que tuvo fortuna. Era una referencia a un poeta griego y a Erasmo de Rotterdam que en su Adagia de 1500 usa la expresión «Multa novit vulpes, verum echinus unum magnum» (el zorro sabe muchas cosas, el erizo sabe de una cosa grande). El ruso que ahora nos ocupa no es un pensador y menos un intelectual, especie que desprecia. Pero es un ruso que ve el mundo a través de una única lente que define toda su percepción del mundo y su actuación. Es, siguiendo la definición de Berlin, un erizo.

Vladimir Putin entiende todo el mundo como un permanente juego de poder. Todo lo que le motiva, interesa y divierte es básicamente despliegue y demostración de poder. Sea deportar a un rival como Jodorkovski a Siberia con una crueldad gratuita propia de Iván El terrible. Sea pescar el mayor esturión del lago, aunque sea con trampas atribuidas al Generalísimo. Sea humillar a un estadista extranjero o a un gobernador nacional. O asustar a los subordinados. Todo es permanente exposición pública del poder propio. El torso desnudo. Su vida bien merece un buen biógrafo. Porque en realidad Putin no fue nada especial por sí mismo en su irresistible ascensión desde su mediocre vida como agente del KGB en Dresde hasta aparecer junto a Yeltsin como primer ministro y sustituirle como presidente. Lo fue de 1999 a 2008. Fue sumando poder según lo perdían todos aquellos que no querían cedérselo voluntariamente. Todos los hombres fuertes de la transición, los magnates y políticos, se postraron ante él o sufrieron las consecuencias de no hacerlo. Que unas veces era la muerte —la física o la civil—, otras el exilio, la cárcel o la ruina. Desde el domingo vuelve a ser presidente de Rusia. Para no enredarse con la constitución le había dejado el cargo durante un mandato a un colaborador, Medvedev, que algunos creyeron alternativa y reveló ser tan sólo un obediente servidor. Ahora el matón con maneras, el hombre que gobierna como Stalin y vive como Abramovic, la perfecta simbiosis entre megamagnate capitalista y tirano feudal, ha vuelto sin haberse ido. Y sin embargo, pese a su poder total, pese de su victoria electoral, la obediencia del aparato y las masas dependientes que le apoyan, Vladimir Putin ya no podrá gobernar como en sus mejores tiempos de la pasada década. El fraude electoral en las legislativas le ha despojado de su aureola de invencible. Las clases medias, las nuevas generaciones educadas y urbanas le han declarado la guerra. Consideran que arrebata a Rusia su ilusión. Para salir de una tragedia nacional apenas disimulada por los ingresos del gas y el petróleo.

Veinte años después del hundimiento de la URSS, Rusia es una sociedad cuya esperanza de vida cae constantemente, moralmente en quiebra, con un alcoholismo mucho peor que una peste medieval, una economía que exporta materias primas como un país subdesarrollado, de modernización superficial, que no ha construido otras infraestructuras que las que necesitan sus ricos en unas cuantas ciudades y con unos ciudadanos que sueñan con la riqueza para irse. Él no podrá cambiarlo y por mucho que juegue ya a padre de la patria, la Rusia insatisfecha podrá con él. El erizo lloraba de placer por el poder ayer. Sin saber que ha ganado para comenzar un triste e imparable declive.

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