ABC 09.03.12
MUCHOS se acuerdan del pobre Neville Chamberlain siempre que
han de buscar un personaje trágico y patético a un tiempo en su debilidad, su
fracaso y a la postre su traición. Quizás hoy seamos incluso algo injustos
porque lo cierto es que voces que advirtieran entonces de sus iniquidades en
los intentos el apaciguamiento de Hitler hubo pocas más allá de la siempre
recordada de Winston Churchill con su lapidaria: «Queríais paz sin honra y
ahora no tenéis paz ni honra». Lo cierto es que las vanas ilusiones de Chamberlain
y sus ganas de llevarse bien con los nazis eran compartidas por muchos. Le
esperaba una muchedumbre entusiasmada cuando regresó a Londres blandiendo su
ridículo papelito con la firma del miserable acuerdo de Munich y entonando
aquello aquello de «Peace for our lifetime». A mí, como personaje que cumple
mejor que Chamberlain ese papel de figura tan trágica como justamente
despreciada, me gusta más Franz Joseph Hermann Michael Maria von Papen zu
Köningen. A secas Franz von Papen. Aristócrata, rico heredero de una antigua y
noble familia de Westfalia, monárquico, católico, oficial del Estado mayor,
diplomático, exquisito jinete, asesor del presidente Paul von Hindenburg. Todo
lo tenía para haber hecho una vida de mérito y dignidad y haber muerto con
honores y gratitud. Por el contrario, su nombre pasó a la historia como un
triste apodo de la debilidad y la ambición convertidas en infamia. Miembro del
Partido del Centro desde 1921, parlamentario de Prusia, traicionó a su partido
en 1925 al negar el apoyo al candidato centrista a la presidente Wilhelm Marx y
apoyó al conservador Paul von Hindenburg. Con éxito. En esa traición puede
establecerse el principio de una trayectoria personal que concluiría en la
mayor tragedia del siglo XX. Porque años más tarde Von Hindenburg llamó en 1932
a Von Papen para ocupar la cancillería en un Gobierno de concentración
nacional. Una vez en la cancillería tardó días en convencer a Von Hindenburg de
que disolviera el Reichstag.
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