ABC 03.02.11
Estamos en un proceso de la «caída del muro» de los
despotismos caudillistas que gobernaron el mundo árabe
El
viernes será el día de la partida, si Mubarak no quiere que haya más
derramamiento de sangre». Puede que estas palabras del premio Nobel El Baradei
sean fruto más del deseo que del análisis. Pero los cientos de miles de
cairotas concentrados en la céntrica plaza de Tahrir y millones de egipcios
movilizados en todo el país comparten esa esperanza, que no se verá frustrada por
el anuncio de Mubarak de que pretende mantenerse en el poder hasta las próximas
elecciones. Es previsible que este anuncio dispare la tensión de inmediato.
La
comunidad internacional, con Washington a la cabeza, parece ponerse también un
plazo de tiempo para evitar que la resistencia de Mubarak a dejar el cargo
dinamite las posibilidades de la transición pacífica y extienda la oleada de
desestabilización más allá de Egipto. Porque ayer volvió a demostrarse que la
revuelta democrática árabe se extiende imparable por toda la región. Ayer el
Rey Abdalá de Jordania tuvo que recurrir a la ya manida maniobra de cesar a
todo su Gobierno para intentar ponerse a la cabeza del movimiento a favor de
las reformas democratizadoras que podrían también poner en peligro su
monarquía. En Sudán, vecino meridional y hermano histórico de Egipto, se
extienden las manifestaciones como también en el Yemen. Los regímenes de
Marruecos y Argelia observan con agustia los acontecimientos. El implacable
régimen teocrático de Arabia Saudí pide que se aplaste la voluntad popular en
Egipto, mientras otro régimen, igual de implacable y además terrorista como el
iraní, busca la oportunidad del secuestro de la voluntad egipcia por el
islamismo. Estamos ya inmersos en un proceso de la «caída del muro» de los
despotismos caudillistas que han gobernado el mundo árabe desde la
descolonización. A nadie se le puede escapar la trascendencia del momento. Ni
la evidencia de que, como sucedió en Europa oriental, podemos enfrentarnos a un
futuro objetivamente mejor si bien pleno de dificultades, pero también nos
puede arrollar un cataclismo de terribles consecuencias para la seguridad, la
estabilidad y el bienestar del mundo entero. En estos días se dirimen
cuestiones de muchísima mayor gravedad que el régimen que habrá de gobernar a
los egipcios.
En la
embajada norteamericana en El Cairo estaba ayer un personaje que puede ser el
negociador clave para desbloquear la situación y convencer a Mubarak de que
tiene una salida dignificada para abandonar la presidencia y el país. Se trata
de Frank Wisner, ex embajador norteamericano en Egipto, amigo personal de
Mubarak. El presidente Barack Obama lo envió el lunes.
¿La hora de los coroneles?
Allí,
en una embajada ahora atrincherada tras vigas de hormigón, sacos terreros,
decenas de carros de combate M1A1 de fabricación norteamericana y cientos de
soldados, Wisner desarrolla sus contactos con Mubarak y la cúpula militar. Que
está centrada ya en la salida cuanto antes del presidente. En esa tarea ha de
incluirse la labor de convicción hacia otros viejos generales, en su mayoría
coetáneos del octogenario Mubarak. Porque se refuerza la impresión de que la
obstinación de Mubarak y su núcleo duro podría haber creado ya las primeras
fisuras en el poderosísimo ejército. Y que se han producido los primeros actos
de resistencias contra la estrategia de Mubarak de generar caos con la ayuda de
la policía para inducir una reacción social de miedo al cambio. Éste es la
columna vertebral del estado y goza aún de toda la confianza del pueblo. Ésta
podría quebrarse con cualquier maniobra desesperada o poco calculada que
desembocara en un enfrentamiento con los manifestantes. Y Egipto perdería así a
su único arbitro imprescindible para la transición y la única fuerza capaz de
mantener el orden en el país.
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