ABC 01.02.11
Los manifestantes están decididos a seguir con las protestas
hasta lograr que Mubarak se vaya para siempre del país
Eran
las cuatro, hora egipcia. Hacía ya una hora que había comenzado el toque de
queda y seguía llegando un flujo incesante de manifestantes a la
plaza Tahrir. Hombres de todas las edades, mujeres, con la
cabeza descubierta, con velo o nayib cubriendo el rostro y niños. Muchos
llevaban horas andando desde sus lejanos barrios en esta inmensa ciudad de más
de veinte millones de habitantes. Algunos comentaban que habían salido de casa
a las ocho, nada más levantarse el toque de queda impuesto por el ministerio
del interior. Lleva cuatro días en vigor y el ministro que lo impuso ha dejado
ya de serlo. Su sucesor no levanta tantos odios como él. Solo genera
indiferencia.
A nadie le
importa en esta plaza quienes son los ministros. La única idea fija de los
centenares de miles de cairotas que se han reunido esta tarde en esta plaza,
símbolo del levantamiento egipcio, es el derrocamiento del presidente, Hosni
Mubarak, que los ha gobernado durante treinta años. La inmensa mayoría de los manifestantes
reunidos este martes en Tahrir, como la mayoría de la población
egipcia, no había nacido cuando Mubarak llegó al poder para sustituir a Anwar
el Sadat, asesinado por oficiales extremistas de su ejército por haber firmado
la paz en Camp David con Israel. Mubarak, entonces vicepresidente, se salvó
entonces de los disparos durante un desfile en 1981.
«Que se vaya», «Vete», «Adiós», «Se acabó» son las recomendaciones
en centenares de pancartas en árabe que apelan directamente a Mubarak, su
familia y el régimen que ha encarnado estas tres décadas. En inglés una está
mil veces repetida, en pancartas y pintadas en edificios de la zona céntrica de
El Cairo y en los restos de decenas de camionetas de la policía calcinadas
durante los violentos enfrentamientos del viernes pasado. Es «Game over». El juego se ha acabado. Todos
están convencidos de que es así, aunque Mubarak sigue dando señales de querer
resistir.
Determinados
a mantener el pulso
La estrategia de provocar el caos y el desabastecimiento puede
ser ahora la última baza del presidente. Haber permitido o
fomentado como sospechan muchos egipcios, las oleadas de
saqueos y pillajes y la liberación de miles de presos comunes formaría parte de
este plan de hacer ver a los egipcios que la única alternativa al poder del
régimen es el caos y el terror. Toda la población, armada con barras de hierro,
picos, azadas, escopetas de caza, pistolas y machetes hacen guardia en las
bocacalles y los portales. Y la tensión aumenta y las posibilidades de un brote de violencia que acabe con el
espíritu fraternal, alegre y patriótico de la protesta este martes. La paciencia egipcia se va agotando, según
pasan las horas la impaciencia aumenta y la tensión por lógica también.
Probablemente no será la manifestación de este martes por sí
misma la que haga desistir de su actitud a Mubarak. La paralización de los
transportes y accesos a la capital, las inmensas distancias al centro en esta ciudad
de tremenda extensión y el miedo de muchos egipcios a dejar sus casas a
expensas de los saqueadores son probablemente dos los motivos de que no hubiera
probablemetne un millón de personas en la plaza Tharir cuando volvía a entrar
en vigor el toque de queda. Pero los manifestantes están allí y en una señal
que aun supone una incógnita, oficiales del ejército han recorrido las
inmediaciones con altavoces urgiendo a la gente a permanecer concentrados esta
noche.
Nadie sabe lo que esto puede significar, pero todos los
interpretan como una buena señal por parte de un ejército en el que todos
tienen confianza. La temida y odiada policía ha
desaparecido de nuevo del mapa urbano de El Cairo y las comisarías, muchas reducidas a
ruinas por los incendios, están abandonadas. Los manifestantes están decididos
a seguir el pulso los días que haga falta para conseguir que parta de El Cairo
un avión con toda la familia Mubarak, sin planes de retorno. Y todo hace pensar
que las presiones de parte del ejército sobre Mubarak son ya
masivas.
Un país
paralizado
En un pequeño café en un pasadizo entre dos viejas casas de la
zona comercial junto a Tahris, jóvenes estudiantes de derecho descansan tomando
café y fumando en sus nargilas. Llega un grupo de abogados que acaba de rezar
en una minúscula mezquita adyacente, todos con sus togas y pancartas contra
Mubarak. El país está paralizado y los funcionarios, los abogados, los
militares y los estudiantes han perdido el miedo a calificar de déspota a
Mubarak.
En buena lógica esto debía ser el final. Algunos de los
estudiantes piensan que no, que Mubarak aun intentará alguna treta de
supervivencia. Y todos piden a occidente que los ayude. Y a
EEUU especialmente que no ayude a Mubarak. No hay ningún tono antiamericano. De
momento. Pero en pancartas que lleva otro grupo de estudiantes se perciben los
primeros reproches.
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