jueves, 12 de febrero de 2015

SE ACABA LA PACIENCIA EGIPCIA

Por HERMANN TERTSCH
ABC  01.02.11


Los manifestantes están decididos a seguir con las protestas hasta lograr que Mubarak se vaya para siempre del país


Eran las cuatro, hora egipcia. Hacía ya una hora que había comenzado el toque de queda y seguía llegando un flujo incesante de manifestantes a la plaza Tahrir. Hombres de todas las edades, mujeres, con la cabeza descubierta, con velo o nayib cubriendo el rostro y niños. Muchos llevaban horas andando desde sus lejanos barrios en esta inmensa ciudad de más de veinte millones de habitantes. Algunos comentaban que habían salido de casa a las ocho, nada más levantarse el toque de queda impuesto por el ministerio del interior. Lleva cuatro días en vigor y el ministro que lo impuso ha dejado ya de serlo. Su sucesor no levanta tantos odios como él. Solo genera indiferencia.

A nadie le importa en esta plaza quienes son los ministros. La única idea fija de los centenares de miles de cairotas que se han reunido esta tarde en esta plaza, símbolo del levantamiento egipcio, es el derrocamiento del presidente, Hosni Mubarak, que los ha gobernado durante treinta años. La inmensa mayoría de los manifestantes reunidos este martes en Tahrir, como la mayoría de la población egipcia, no había nacido cuando Mubarak llegó al poder para sustituir a Anwar el Sadat, asesinado por oficiales extremistas de su ejército por haber firmado la paz en Camp David con Israel. Mubarak, entonces vicepresidente, se salvó entonces de los disparos durante un desfile en 1981.

«Que se vaya», «Vete», «Adiós», «Se acabó» son las recomendaciones en centenares de pancartas en árabe que apelan directamente a Mubarak, su familia y el régimen que ha encarnado estas tres décadas. En inglés una está mil veces repetida, en pancartas y pintadas en edificios de la zona céntrica de El Cairo y en los restos de decenas de camionetas de la policía calcinadas durante los violentos enfrentamientos del viernes pasado. Es «Game over». El juego se ha acabado. Todos están convencidos de que es así, aunque Mubarak sigue dando señales de querer resistir.

Determinados a mantener el pulso
La estrategia de provocar el caos y el desabastecimiento puede ser ahora la última baza del presidente. Haber permitido o fomentado como sospechan muchos egipcios, las oleadas de saqueos y pillajes y la liberación de miles de presos comunes formaría parte de este plan de hacer ver a los egipcios que la única alternativa al poder del régimen es el caos y el terror. Toda la población, armada con barras de hierro, picos, azadas, escopetas de caza, pistolas y machetes hacen guardia en las bocacalles y los portales. Y la tensión aumenta y las posibilidades de un brote de violencia que acabe con el espíritu fraternal, alegre y patriótico de la protesta este martes. La paciencia egipcia se va agotando, según pasan las horas la impaciencia aumenta y la tensión por lógica también.

Probablemente no será la manifestación de este martes por sí misma la que haga desistir de su actitud a Mubarak. La paralización de los transportes y accesos a la capital, las inmensas distancias al centro en esta ciudad de tremenda extensión y el miedo de muchos egipcios a dejar sus casas a expensas de los saqueadores son probablemente dos los motivos de que no hubiera probablemetne un millón de personas en la plaza Tharir cuando volvía a entrar en vigor el toque de queda. Pero los manifestantes están allí y en una señal que aun supone una incógnita, oficiales del ejército han recorrido las inmediaciones con altavoces urgiendo a la gente a permanecer concentrados esta noche.

Nadie sabe lo que esto puede significar, pero todos los interpretan como una buena señal por parte de un ejército en el que todos tienen confianza. La temida y odiada policía ha desaparecido de nuevo del mapa urbano de El Cairo y las comisarías, muchas reducidas a ruinas por los incendios, están abandonadas. Los manifestantes están decididos a seguir el pulso los días que haga falta para conseguir que parta de El Cairo un avión con toda la familia Mubarak, sin planes de retorno. Y todo hace pensar que las presiones de parte del ejército sobre Mubarak son ya masivas.

Un país paralizado
En un pequeño café en un pasadizo entre dos viejas casas de la zona comercial junto a Tahris, jóvenes estudiantes de derecho descansan tomando café y fumando en sus nargilas. Llega un grupo de abogados que acaba de rezar en una minúscula mezquita adyacente, todos con sus togas y pancartas contra Mubarak. El país está paralizado y los funcionarios, los abogados, los militares y los estudiantes han perdido el miedo a calificar de déspota a Mubarak.

En buena lógica esto debía ser el final. Algunos de los estudiantes piensan que no, que Mubarak aun intentará alguna treta de supervivencia. Y todos piden a occidente que los ayude. Y a EEUU especialmente que no ayude a Mubarak. No hay ningún tono antiamericano. De momento. Pero en pancartas que lleva otro grupo de estudiantes se perciben los primeros reproches.

«Queremos una democracia como la vuestra», «No ayudéis al tirano», «USA, no seas cómplice». Todos expectantes, todos esperanzados, todos temerosos. Y todos hartos. Uno de los estudiantes más jóvenes concluye, «no estudiamos, nadie trabaja, nadie duerme, casi no hay comida. Yo necesito que se vaya hoy. Ya. Hoy mismo».

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