ABC 01.02.11
Grupos de soldados casi niños, meriendan y ríen divertidos,
sentados, pero sin soltar ni un momento el fusil de asalto con la bayoneta
calada
«Cuando
vayas paseando por esas calles sucias de El Cairo, bordeadas por edificios en
ruinas, no pierdas el tiempo mirándolos, habla con la magnífica gente de la
calle, con ese pueblo bueno, educado y conocedor de su pasado
e historia, amante de los extranjeros, y diles que tienes un gran amigo que es
de allí, de Egipto, un judío que añora su país desde que hace muchos años fue
obligado a dejarlo».
Recibía este mensaje el domingo pasado cuando paseaba por una
calle del barrio de Zamalek, la isla en el Nilo, por una calle de hecho muy sucia, con unas villas y
palacios otrora magníficos y ahora decadentes cuando no en ruina, y los jardines
asilvestrados y llenos de chatarra o basura, y grandes árboles como testigos de
la pasada grandeza. Esto podría haber estado igual hace más de cuatro décadas,
cuando la Guerra de los Seis Días supuso prácticamente el final de la colonia
judía de El Cairo tras una milenaria existencia. Las caras de los egipcios, el
pueblo más antiguo de la región.
Desde hace
miles de años su Estado ha tenido, algo insólito en el mundo, prácticamente las
mismas fronteras, desde el Egipto faraónico al antiguo, al bizantino y después
al musulmán. Las caras y el elegante ademán, la buena y recta mirada de sus
gentes que estos días dicen que por fin saben lo que es estar orgullosos de ser
ellos mismos. Los jóvenes, laicos, musulmanes, coptos cristianos, todos
coinciden en que soñaban con este día pero que de igual forma temían que nunca
se produjera. «Orgullo de ser egipcio». Y emocionados por el interés que
despierta su gesta en el exterior. Son esos egipcios que me recomendaba mi
amigo judío como seres humanos cultos y abiertos, entrañables y siempre una
actitud digna. «Con Mubarak estamos condenados a ser ladrones o mendigos», me
dice un joven, Muhammad Anis, en magnífico inglés. Es ingeniero informático. No
tiene preferencias políticas más allá de la democracia (ni más ni menos), pero
pide dignidad.
Soldados
en las calles más pudientes
Lo que si es nuevo en el paisaje urbano se Zamalek, muy
reciente, son las tiendas que
había dejado atrás, devastadas por el pillaje de la noche anterior,
los escaparates rotos o cubiertos por maderas para evitar una repetición de la
tropelía, los cristales acumulados de montones cada pocos metros. Un inmenso
tanque del ejército, un M1A1, rugía allí mismo calentando motores juntos a las
rampas hacia el puente del 15 de mayo. Centenares de ellos ocupan los cruces
principales en los barrios céntricos. Cierto es que la mayoría está desplegada
en torno a edificios oficiales. Pero también en los de las clases más
pudientes, que por supuesto es donde viven los viejos militares de alta
graduación, los compañeros de armas de Hosni Mubarak, todos ellos y sus
familiares mimados por el régimen y por consiguiente, también por la fortuna.
Parte de la tripulación de este moderno carro de combate de
fabricación norteamericana y otro grupo de soldados casi niños, merendaban y
reían divertidos, sentados pero sin soltar ni un momento el fusil de asalto con
la bayoneta calada. Un atasco en ese cruce daba mucha normalidad a la calle,
aunque un poco más lejos el tráfico se hacía fluido, algo
insólito en el paisaje urbano cairota en un día laboral que revelaba lo engañosa que es la
normalidad estos días en la capital egipcia.
Allí estaban aquellos jovencitos armados, miembros del portentoso ejército egipcio, la décima maquinaria
militar del mundo, esperando órdenes. Su ocio es merendar
junto al tanque y visitar un par de veces al año a sus familias campesinas. Y
ahora esperan órdenes. Quienes han de dárselas son esos viejos generales
compañeros de Mubarak, septuagenarios y octogenarios, acostumbrados a villas y
palacios mucho mejor conservados, con hijos y nietos que viajan por el mundo,
hablan idiomas, tienen concesiones admninistrativas para suculentos negocios y
no saben lo que no es contar con servicio doméstico. Su ocio es el lujo.
Son militares que dieron sus primeros pasos con Nasser, el
presidente que iba a convertir el sueño panárabe en una utopía nacional y
socialista, y que los envió a todos a estudiar en la Unión Soviética. Mubarak
hizo allí los cursos de piloto que le convirtieron después en héroe durante la Guerra del Yom Kippur, en las únicas batallas
que un ejército árabe ha ganado jamás al israelí. Mubarak
volvió a Moscú para estudiar en la Academia militar Frunze, destinada a las
élites militares de la URSS y de los aliados. Después con Anwar el Sadat,
Egipto abandonó su alianza con Moscú y buscó protección con Estados Unidos.
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