jueves, 12 de febrero de 2015

EQUILIBRISMO EN MAREJADA

Por HERMANN TERTSCH
ABC  01.02.11


El dilema entre estabilidad bajo Mubarak o caos e islamismo ya no existe. El tiempo del presidente se agotó

La historia es muy desagradecida. Muchos recordarán estos días la triste figura de un Sha de Persia, Reza Pahlevi, enfermo terminal y mendigando cobijo para él y su familia por todo el mundo. Todos recuerdan la candidez de la mayor parte del mundo occidental —izquierda, liberales, humanistas— y la inmensa mayoría de la población iraní que recibieron con entusiasmo la llegada del ayatolá Jomeini en Teherán hace treinta años. Y todos sabemos lo que ha sucedido con aquel país.

El presidente egipcio no hace estos días sino recordarles aquello a todos sus interlocutores. Y advertirles de que si no le apoyan a él y le evitan un final como el del Sha, Egipto será pronto una dictadura islamista. No puede extrañar la desesperación de Mubarak. Porque según pasan los días se hace cada vez más patente que el levantamiento en Egipto ha alcanzado un punto de no retorno.

El lunes salieron finalmente de los labios de la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, las temidas palabras de «la transición ordenada» como objetivo inmediato. Olvidadas sus frases de la semana anterior que hablaban de «una situación controlada por el presidente» y se limitaba a recomendarle reformas.

Washington no va a pedir públicamente a Mubarak que se vaya. Eso no se hace con quien ha sido su más estrecho aliado en Oriente Próximo, su mayor apoyo político y militar en la región, su socio y compañero en la política en Palestina y su baluarte en la defensa de Israel.

No se hace por muchas razones. Una es que toda la política practicada de acuerdo con Mubarak sigue siendo la correcta a ojos de EE.UU. y de Occidente en general. Son razones de tanto peso como la paz con Israel, la seguridad del Canal de Suez, la contención de Siria e Irán y sus apéndices Hizbolá y Hamás. Pero también lo es la lealtad en la alianza que siempre mostró Mubarak, lejos de las posturas proamericanas traicioneras y rapaces propias de los regímenes del Golfo, Arabia Saudí a la cabeza.
Washington no puede dejar caer a primeras de cambio a un amigo así porque, de hacerlo, jamás podrá volver a pretender tenerlos. Y menos hacerlos con el que ha sido hasta hace días y durante treinta años el jefe de Estado indiscutido del país que lidera por derecho propio y por historia a todo el mundo árabe. Lo malo ahora es comprobar cómo se ha equivocado en los últimos años Mubarak y lo poco que ha hecho Washington por evitarle este final. Porque Obama, tras llegar a la presidencia, pronunció su gran discurso al mundo árabe en El Cairo —como tenía que ser—.

Pero sus referencia a la democratización y al respeto a los derechos humanos quedaron en el terreno general. Y nadie ha sido capaz de convencer a Mubarak de que las reformas políticas después de las económicas eran urgentes. Ni de que la frustración y la ira aumentaban. El propio presidente, aislado entre camaradas de armas enriquecidos, viejos burócratas corruptos y jóvenes tiburones del comercio y las finanzas con más intereses en la especulación que en la patria, vivía ya en un mundo ajeno a los 90 millones de egipcios, de ellos más de la mitad nacidos con él ya de presidente. Ajeno a las necesidades angustiosas y al descontento que no lograban articularse por el régimen de terror que su aparato policial y estatal había creado a lo largo de tantos años.

El presidente Obama se enfrenta a lo que es su mayor reto internacional geopolítico. Que puede marcar definitivamente su presidencia en el terreno exterior. Tiene que demostrar que su retórica sobre derechos humanos es algo más que palabrería. Pero tiene que transmitir seguridad a los aliados que aún le quedan. Y mantener a toda costa a Egipto entre ellos. Lo cierto es que tiene que buscar una solución ya, porque cada día que pasa aumenta el peligro de una tragedia que haga más difícil una transición pacífica. Y su principal obstáculo para preservar los intereses americanos, occidentales y egipcios es ahora, en terrible paradoja histórica, su mejor amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario