jueves, 12 de febrero de 2015

EL RÉGIMEN CONTRAATACA

Por HERMANN TERTSCH
Desde El Cairo
ABC  03.02.11


Muchos egipcios han sentido vértigo cuando han visto roto su sueño de una transición pacífica. Ha vuelto el miedo

Mubarak demostró ayer a todos los ilusos, la administración Obama incluida, que él nunca ha sido ni será un Ben Ali. Que no se es por casualidad un dictador que se ha mantenido en el poder durante tres décadas en esta región del mundo acosado por enemigos internos y externos. Y que si ya no tiene el monopolio de la palabra, si tiene el de la violencia. Con los métodos clásicos del tirano más brutal, dejó claro que no se va pacíficamente. Que se cree capaz de recuperar la calle y volver a poner las condiciones él, desde el poder absoluto.

Por la mañana ya recorrían las calles de los barrios las manifestaciones que daban gracias a Mubarak por sus palabras, su promesa de relevo en septiembre y su lucha por la estabilidad de Egipto. Mubarak es el único capaz de garantizar la estabilidad y quien está contra él después del discurso es un enemigo de la misma. Ese era el lema. Que movilizó a mucha gente con pánico genuino tras los días de saqueos, pillaje, inseguridad y desabastecimiento desde el viernes. Los otros eran policías de paisano, cuadros del Partido del presidente y mucho «lumpen» pagado, entre los que la oposición dice haber identificado criminales liberados de las cárceles en los últimos días. Cuando a media mañana se vio que parte de estas manifestaciones se dirigían hacia la plaza de Tahrir, se supo que había plan de enfrentamiento. Que el presidente había mandado a sus fieles al combate cuerpo a cuerpo con la sociedad civil. Y el ejército no sólo no intervino. Dejó pasar a los manifestantes con machetes, palos, armas cortas y «cócteles molotov». Ha sido una masiva utilización de la violencia, tolerada por las fuerzas de seguridad y el ejército y dirigida por los cuadros del partido en el poder. El enfrentamiento civil que se aseguraba todos querían evitar se ha producido con esta operación de castigo de turbas de agresores al servicio del régimen contra unos manifestantes en todo momento no violentos.

Muchos ahora pensarán que Mubarak ha perdido toda posibilidad de dirigir con un mínimo de credibilidad esa transición. No parece probable que tras recuperar la calle si lo consigue, Mubarak vaya a sentirse muy obligado por sus concesiones bajo presión. Si en los próximos días lograra intimidar a la oposición, todos esperan una oleada de detenciones. Y un reforzamiento de todos el aparato represivo del régimen.

Muchos de los egipcios que en días pasados exigían el derrocamiento de Mubarak decían ayer que Egipto no debía pagar un precio tan alto por deshacerse del dictador. Y que si lo habían aguantado treinta años, siete meses más no merecían el riesgo de muertes, desestabilización y enfrentamiento. Y no son pocos los manifestantes que sintieron vértigo cuando vieron roto su sueño de una transición pacífica más o menos aterciopelada. Volvía el miedo a hablar después de sólo siete días de respirar libertad. Muchos egipcios se acostaron pensando que para ellos la libertad viene a ser sinónimo de desabastecimiento, caos, violencia y miedo. Para eso, prefieren su vida antigua y el miedo acostumbrado. Y sin embargo, también Mubarak sabe que ayer no venció en Egipto y que, aunque impuso el terror en el centro, los próximos días serán claves para su destino.

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