Desde El Cairo
ABC 03.02.11
Muchos egipcios han sentido vértigo cuando han visto roto su
sueño de una transición pacífica. Ha vuelto el miedo
Mubarak
demostró ayer a todos los ilusos, la administración Obama incluida, que él
nunca ha sido ni será un Ben Ali. Que no se es por casualidad un dictador que
se ha mantenido en el poder durante tres décadas en esta región del mundo
acosado por enemigos internos y externos. Y que si ya no tiene el monopolio de
la palabra, si tiene el de la violencia. Con los métodos clásicos del tirano
más brutal, dejó claro que no se va pacíficamente. Que se cree capaz de
recuperar la calle y volver a poner las condiciones él, desde el poder
absoluto.
Por
la mañana ya recorrían las calles de los barrios las manifestaciones que daban
gracias a Mubarak por sus palabras, su promesa de relevo en septiembre y su
lucha por la estabilidad de Egipto. Mubarak es el único capaz de garantizar la
estabilidad y quien está contra él después del discurso es un enemigo de la
misma. Ese era el lema. Que movilizó a mucha gente con pánico genuino tras los
días de saqueos, pillaje, inseguridad y desabastecimiento desde el viernes. Los
otros eran policías de paisano, cuadros del Partido del presidente y mucho
«lumpen» pagado, entre los que la oposición dice haber identificado criminales
liberados de las cárceles en los últimos días. Cuando a media mañana se vio que
parte de estas manifestaciones se dirigían hacia la plaza de Tahrir, se supo
que había plan de enfrentamiento. Que el presidente había mandado a sus fieles
al combate cuerpo a cuerpo con la sociedad civil. Y el ejército no sólo no
intervino. Dejó pasar a los manifestantes con machetes, palos,
armas cortas y «cócteles molotov». Ha sido una masiva utilización de la
violencia, tolerada por las fuerzas de seguridad y el ejército y dirigida por
los cuadros del partido en el poder. El enfrentamiento civil que se aseguraba
todos querían evitar se ha producido con esta operación de castigo de turbas de
agresores al servicio del régimen contra unos manifestantes en todo momento no
violentos.
Muchos
ahora pensarán que Mubarak ha perdido toda posibilidad de dirigir con un mínimo
de credibilidad esa transición. No parece probable que tras recuperar la calle
si lo consigue, Mubarak vaya a sentirse muy obligado por sus concesiones bajo
presión. Si en los próximos días lograra intimidar a la oposición, todos
esperan una oleada de detenciones. Y un reforzamiento de todos el aparato
represivo del régimen.
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