ABC 03.02.11
Por la ciudad grupos de civiles repartían folios en inglés
en los que se leía “I love Mubarak”
De
madrugada sonaban disparos en las inmediaciones de la plaza Tharir. Junto al
hotel Kempinski, en la señorial Cornisa del Nilo, solo queda un blindado del
ejército con su dotación. Todos los demás vehículos militares, incluidos los
dos tanques Abrams M1 que habían pasado allí las noches anteriores, han
desaparecido a primera hora de la mañana. Por la calle apenas gente. El grupo
de vecinos que defiende su portal y el tramo de una callejuela ante la amenaza
de pillajes, siguen sentados junto a una pequeña hoguera. Aún son los mismos.
Pronto los reemplazan vecinos. Ahora por la mañana no se sabe si están
sorprendentemente tranquilos o es puro agotamiento lo que les hace hablar y
gesticular con lentitud.
A 300
metros se escuchan gritos. Sí aquí hay dos grupos pequeños de partidarios de
Mubarak y manifestantes prodemocracia que siguen tirándose piedras y hierros,
casi veinte horas después de comenzados los disturbios.
Fue en
torno a la una del mediodía cuando varias manifestaciones a favor de Mubarak y
de “la estabilidad de Egipto” llegaron a la Plaza Tahrir, donde están
concentrados desde el pasado sábado los egipcios que exigen la inmediata
dimisión del presidente como paso previo a todas las medidas para una
transición democrática. Desde entonces se han producido al menos 13 muertos y
1.500 heridos. Que se dice pronto. En ciertos ángulos de la plaza da la
impresión de que casi todo el mundo lleva una venda en la cabeza, de tal
calibre fue la lluvia de piedras –piedras grandes, baldosas de más de un palmo
y adoquines enteros o partidos-. Los manifestantes en contra de Mubarak habían
estado celebrando una fiesta desde el martes, con llamamientos a la tolerancia,
recitales de poemas y canciones.
Hoy la plaza parece una zona de guerra, con
plásticos, hogueras, planchas de metal para protegerse, mucha basura y una
especie de hospital de campaña junto a la parte oriental de la plaza al que
llegan sin cesar heridos alcanzados por las piedras o asaltados en la calle por
grupos de manifestantes pro Mubarak.
Los que
siguen atacando a los manifestantes a favor de la democracia son ya casi en su
totalidad jóvenes del lumpen y miembros inferiores del aparato del partido del
presidente, en parte dirigidos por otros con aspecto más preparado fácilmente
identificables como policía de paisano.
Después
de lo sucedido en estas pasadas veinticuatro horas nadie sabe realmente qué
pasos va a poder dar nadie. Al régimen ya nadie le cree las hermosas palabras
de Mubarak que sólo su preocupación por todos los egipcios se obligaba a
mantenerse en la presidencia y terminar el mandato para encauzar la transición. Quien es capaz de desplegar semejante violencia contra su
pueblo no puede esperar ya credibilidad alguna.
La
oposición está acorralada y ve como cierta la decisión del régimen de
erradicarla de las calles. Una vez recuperado el control de la calle por
Mubarak, lo que aún no es un hecho, podrían comenzar toda una operación de
intimidación y castigo, según temen muchos. El miedo a una operación masiva con
policía y todas las fuerzas represivas está en marcha.
El
miércoles se acabó la fiesta. Pronto por la mañana ese día pude comprobar en
varios barrios que recorrí con un joven conductor llamado Yussuf que,
tras siete días desaparecido, el aparato civil de la dictadura se había puesto
en marcha. En numerosos puntos de la ciudad se concentraban grupos de civiles
que repartían los mismos panfletos fotocopiados, repartían pancartas con el
rostro del presidente y folios en inglés en los que se leía “I love Mubarak”.
Los problemas de suministro de paz habían desaparecido. También había de nuevo carne en las tiendas oficiales de descuento.
Y la policía, ausente durante 48 horas de brutales pillajes, sistemáticos y a
la vista de los resultados muy organizados, volvía a las calles fuera del
centro.
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