ABC 28.09.12
«El dogma de la sociedad antifranquista fue impuesto por la
narrativa hegemónica de izquierdas y aceptado por una derecha cobarde»
«ESPAÑA es el único país del mundo que tiene que lidiar
simultáneamente con crisis bancaria, económica, de deuda soberana, política y
constitucional». Esta afirmación de un consultor londinense al Herald
Tribune dice mucho de cómo nos ven fuera. De la alarma que generamos en
unos observadores que observan atónitos el deterioro general de España en un
lustro. Pero con todo, se les olvida la principal crisis que arrastramos y que
es clave de todas las demás. Nuestra crisis fundamental es una crisis moral y
de valores. No sabemos desde cuándo exactamente. Nadie puede poner fecha al
momento en el que se convirtió en hegemónica en este país la idea de que todo
es y vale lo mismo, de que nada merece un esfuerzo, que nada debe ser sagrado y
todo puede ser despreciable. Probablemente sucedió cuando la mayoría aceptó
gustosa que se difamase y se ridiculizase a todo aquel que pretendía defender
una verdad, quizás una verdad que resultaba incómoda para esa mayoría. Entre
las verdades más incómodas para la mayoría está esa, tan incuestionable y terca
como poco recordada, de que Franco murió en la cama. Y de que en las encuestas
después de su muerte una inmensa mayoría de la sociedad española mostraba una
profunda gratitud al difunto. En esta verdad cabe también que la oposición real
al franquismo fue muy minoritaria. Que más allá de movimientos elitistas
liberales y democristianos, la única oposición real no era democrática sino
comunista. Y que si en los años cuarenta y cincuenta este hecho se debía a una
represión feroz, a partir de los sesenta no fue así. Es una mera teoría. Pero
creo que, pese a todos los logros de la transición -el primero que los cambios
fueran relativamente pacíficos-, la democracia llegó a caballo de esa gran
mentira que la izquierda convirtió en dogma que era el mito de la sociedad
antifranquista.
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