sábado, 21 de febrero de 2015

EL BUENISMO CULPABLE

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  31.08.12


Lo cierto es que el apaciguamiento no sólo es un fracaso moral. Es siempre un error político. Y un atentado a la seguridad de la sociedad abierta

ISRAEL acaba de hacer pública su documentación secreta sobre la tragedia de los Juegos Olímpicos de Múnich. En el ataque palestino habían muerto once miembros de la delegación israelí el 5 de septiembre. Los documentos israelíes no ofrecen grandes novedades, más allá de la indignada constatación de la actitud de las autoridades alemanas «deseosas de acabar con el incidente» para seguir con los juegos olímpicos. Y de que por ello los esfuerzos por preparar la intervención y «salvar vidas» había sido del todo insuficiente. El Gobierno israelí no quería que salieran los papeles a la luz porque sus hoy impecables relaciones con Alemania no deben alterarse por aquello. Pero ahora, cuatro décadas después, también han salido a la luz otros papeles, por parte alemana. Y éstos sí que dejan en mucho peor lugar al Gobierno de Willy Brandt. Con un canciller que trata el drama como un molesto incidente. Y un servicio exterior cuajado de comprensión hacia los palestinos «progresistas» y su «drama de refugiados», ganas de aplacar a los terroristas para que no se repitieran atentados en Alemania. Y negociaciones con los terroristas de la OLP que, siete meses después, comandos israelíes matarían en Beirut en operación tan brillantemente realizada como llevada después al cine por Spielberg en su película «Múnich». También el sucesor de Brandt, Helmut Schmidt, comenzó su mandato marcado por el buenismo de «compensar» a los terroristas palestinos por la política proisraelí de la CDU en los años sesenta. Pero el cambio en Schmidt fue radical cuando comenzó la escalada del terrorismo en Alemania. Y se convirtió en el canciller de hierro que negó concesiones y cuartel a los asesinos y venció al desafío terrorista en suelo alemán.

Todo es una prueba más de que la perversión que supone esa apaciguamiento con el terrorismo o cualquier proyecto totalitario. El resultado es siempre beneficioso para el terrorismo, siempre una traición al Estado de derecho y siempre trae consigo un debilitamiento de las defensas del mismo. Y pese a ello, una y otra vez, gobiernos de todo signo ideológico caen en la tentación de creer que evitan un daño mayor haciendo concesiones a los terroristas. Esto los puede llevar a acabar confundiendo los intereses de los terroristas con los propios. Y los intentos de «comprender» al terrorista llevan a ignorar el principal deber del gobernante de defender la seguridad y la libertad de sus gobernados. En Noruega, el tribunal que ha juzgado a Anders Behring Breivik ha dado una lección a la clase política noruega, tan exquisita en su buenismo omnipresente. El juicio deja claro que el asesino es un terrorista que no puede quedar jamás en libertad sin control. Y denuncia a un tiempo que tener los instrumentos de la seguridad nacional en un estado tan calamitoso como el que se demostró en Oslo y la isla de Utoya el 22 de julio del 2011 -y reveló un informe de expertos-, es una irresponsabilidad. Propia de gobernantes que creen vivir en Babia. Educados para recitar como cacatúas que los asesinos se rehabilitan todos y la liberalidad amansa a las fieras. Y los bárbaros son producto de la injusticia. Pues no, porque Breivik es creación propia, producto de ideas venenosas como un terrorista de ETA o un suicida de la Yihad. Cuando la realidad poco amable irrumpe en el sueño, la sociedad está inerme. Muchos en la Noruega oficial habrían preferido ver a Breivik tachado de loco para seguir con el sueño intacto y no revisar teorías. Lo cierto es que el apaciguamiento no sólo es un fracaso moral. Es siempre un error político. Y un atentado a la seguridad de la sociedad abierta.

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