Por HERMANN TERTSCH
ABC 31.08.12
Lo cierto es que el apaciguamiento no sólo es un fracaso
moral. Es siempre un error político. Y un atentado a la seguridad de la
sociedad abierta
ISRAEL acaba de hacer pública su documentación secreta sobre
la tragedia de los Juegos Olímpicos de Múnich. En el ataque palestino habían
muerto once miembros de la delegación israelí el 5 de septiembre. Los
documentos israelíes no ofrecen grandes novedades, más allá de la indignada
constatación de la actitud de las autoridades alemanas «deseosas de acabar con
el incidente» para seguir con los juegos olímpicos. Y de que por ello los
esfuerzos por preparar la intervención y «salvar vidas» había sido del todo
insuficiente. El Gobierno israelí no quería que salieran los papeles a la luz
porque sus hoy impecables relaciones con Alemania no deben alterarse por
aquello. Pero ahora, cuatro décadas después, también han salido a la luz otros
papeles, por parte alemana. Y éstos sí que dejan en mucho peor lugar al
Gobierno de Willy Brandt. Con un canciller que trata el drama como un molesto
incidente. Y un servicio exterior cuajado de comprensión hacia los palestinos
«progresistas» y su «drama de refugiados», ganas de aplacar a los terroristas
para que no se repitieran atentados en Alemania. Y negociaciones con los
terroristas de la OLP que, siete meses después, comandos israelíes matarían en
Beirut en operación tan brillantemente realizada como llevada después al cine por
Spielberg en su película «Múnich». También el sucesor de Brandt, Helmut
Schmidt, comenzó su mandato marcado por el buenismo de «compensar» a los
terroristas palestinos por la política proisraelí de la CDU en los años
sesenta. Pero el cambio en Schmidt fue radical cuando comenzó la escalada del
terrorismo en Alemania. Y se convirtió en el canciller de hierro que negó
concesiones y cuartel a los asesinos y venció al desafío terrorista en suelo
alemán.
Todo es una prueba más de que la perversión que supone esa
apaciguamiento con el terrorismo o cualquier proyecto totalitario. El resultado
es siempre beneficioso para el terrorismo, siempre una traición al Estado de
derecho y siempre trae consigo un debilitamiento de las defensas del mismo. Y
pese a ello, una y otra vez, gobiernos de todo signo ideológico caen en la
tentación de creer que evitan un daño mayor haciendo concesiones a los
terroristas. Esto los puede llevar a acabar confundiendo los intereses de los
terroristas con los propios. Y los intentos de «comprender» al terrorista
llevan a ignorar el principal deber del gobernante de defender la seguridad y
la libertad de sus gobernados. En Noruega, el tribunal que ha juzgado a Anders
Behring Breivik ha dado una lección a la clase política noruega, tan exquisita
en su buenismo omnipresente. El juicio deja claro que el asesino es un
terrorista que no puede quedar jamás en libertad sin control. Y denuncia a un
tiempo que tener los instrumentos de la seguridad nacional en un estado tan
calamitoso como el que se demostró en Oslo y la isla de Utoya el 22 de julio
del 2011 -y reveló un informe de expertos-, es una irresponsabilidad. Propia de
gobernantes que creen vivir en Babia. Educados para recitar como cacatúas que
los asesinos se rehabilitan todos y la liberalidad amansa a las fieras. Y los
bárbaros son producto de la injusticia. Pues no, porque Breivik es creación
propia, producto de ideas venenosas como un terrorista de ETA o un suicida de
la Yihad. Cuando la realidad poco amable irrumpe en el sueño, la sociedad está
inerme. Muchos en la Noruega oficial habrían preferido ver a Breivik tachado de
loco para seguir con el sueño intacto y no revisar teorías. Lo cierto es que el
apaciguamiento no sólo es un fracaso moral. Es siempre un error político. Y un
atentado a la seguridad de la sociedad abierta.
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