ABC 18.05.12
BIEN pronto tuvo que dar este Gobierno la primera prueba de
que no podría cumplir con sus promesas. En el Consejo de ministros del 30 de
diciembre el recién estrenado gabinete de Mariano Rajoy perdía la inocencia. El
presidente daba el primer paso en el doloroso camino del incumplimiento de unas
promesas imposibles, en el siempre angustioso proceso de comerse sus palabras.
Por supuesto que todos los que vinieron antes que él también violaron sus
compromisos e incumplieron sus promesas. Pero lo cierto es que después de ocho
años con un presidente mentiroso compulsivo, Rajoy accedía al cargo con una
especie de aura de rigor y probidad que no habían tenido sus antecesores. A
ojos de muchísimos españoles no habría de durarle más que pocas semanas. Sin
embargo, da la impresión, y el CIS parecía confirmarlo, que son muchos los
españoles que entienden el razonamiento que Rajoy habría de hacer hace poco a
Carlos Herrera. En aquella entrevista se declaró dispuesto y resignado a seguir
tragándose sus palabras y tomando las decisiones que considere necesarias y
oportunas aunque contradigan abiertamente sus intenciones iniciales y promesas.
La sociedad parece entender que Rajoy toma decisiones en situación de tal
emergencia que el único criterio válido pasa a ser su pertinencia para evitar
daños mayores a España. Y que tanto su reputación como persona fiel a su
palabra dada como su prestigio político han pasado no ya a segundo plano sino a
la plena irrelevancia. Cuando todo esto termine, si el resultado es bueno,
Rajoy recuperará su prestigio personal y político. Si supera con éxito España
con Rajoy esta inmensa y larguísima tormenta perfecta, no sólo se le recordará
bien en los libros de historia. Sino que ganará de nuevo las elecciones. Si el
resultado es malo, el drama en que se sumirá este país tendrá tales
dimensiones, que prestigio personal y político le serán absolutamente
indiferentes al actual presidente. Por eso Rajoy hoy se puede permitir muchos
incumplimientos. La cruel y terrible
realidad hacen, cuando no imposible, radicalmente indeseable su cumplimiento.
Pero precisamente por esa razón, es doblemente urgente que el presidente Rajoy
cumpla con los muchos compromisos en otros terrenos en los que el respeto o no
a su palabra depende únicamente de su propia voluntad. Y por desgracia son
muchas las promesas políticas que el Gobierno y su partido no parecen querer se
les recuerden. Como ayer finalmente se puso en movimiento el proceso para
acabar con una televisión pública que insulta diariamente al Gobierno, a la
mayoría y a la inteligencia, no hablaremos de RTVE. Pero sí por ejemplo de la
incomprensible negativa del PP a acabar con la grotesca traducción y el baile
de pinganillos en el Senado de España. Con una lengua común de todos los
españoles es también un insulto a la inteligencia y una falta de respeto al
dinero de los contribuyentes. Hilarante si no fuera indignante que se gaste un
solo euro en traducir a un José Montilla desde el idioma que no sabe, el
catalán, al castellano que es el único que habla medianamente. Que en las
cámaras comunes de todos los españoles se hable sólo español y que las demás
lenguas se hablen en sus respectivos parlamentos es una solución que tiene que
ser aceptable por todos. Y a quien no le guste que se acostumbre. Porque la
solución actual no gusta a una inmensa mayoría. Desde el pinganillo al aumento
de las libertades y al antiterrorismo, son muchas las promesas que pueden ser
cumplidas. Que dan músculo político al Gobierno. Y la complicidad de la mayoría
que es absoluta y que el Gobierno necesita en estos tiempos de turbulencia.
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