ABC 06.08.11
Un hombre no es culpable de lo que le ocurre a un pueblo».
Eso es lo que dice aquí en España nuestro inefable José Bono en un inútil
intento de exculpar a Rodríguez Zapatero de la catástrofe nacional que para
siempre quedará unida a su nombre. Es cierto que ni en los casos montruosos de
Stalin y Hitler puede reducirse al efecto de una persona la causa de la suerte
de una nación. Pero también lo es que el factor humano juega un papel mucho
mayor de lo que cabría pensar en las sofisticadas maquinarias de los estados
desarrollados. Por muchos que sean sus mecanismos compensatorios y filtros
preventivos. En el caso de nuestra particular tragedia sólo la personalidad de
Zapatero explica algunos de los grandes disparates con los que se ha
automutilado nuestro país. Ahí está también el efecto nefasto de la vida
disipada de Berlusconi sobre la capacidad de reacción de Italia en su propia
situación gravísima. Pero también podemos ver las consecuencias de los
desencuentros iniciales entre Sarkozy y Merkel para la crisis europea. O el
hecho insólito de que Christine Lagarde esté implicada en un caos de abuso de
poder un mes después de asumir el mando en el FMI. Y que Sarkozy y ella misma
ignoraran que esto era posible. Por no hablar del factor demasiado humano en el
caso de DSK. Nos quejamos con razón de falta de liderazgo cuando más lo
necesitamos. Y vemos que en los momentos de máxima zozobra tenemos unos
dirigentes, cuando no directamente irresponsables o ineptos, siempre
vulnerables, inseguros y faltos de fortaleza moral y ante todo de autenticidad
en sus convicciones y criterios. Lo terrible es que son perfecto reflejo de la
sociedad que representan. El desistimiento moral comenzó muy abajo en nuestras
sociedades. Pero ya se ha comido a las elites.
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