Por HERMANN TERTSCH
ABC 13.08.11
El final de los dictadores puede ser épico y trágico pero
con frecuencia es patético y en ocasiones sórdidamente ridículo. El final de
Fidel Castro, que para desgracia de sus compatriotas se prolonga lo indecible,
entra en esta última categoría. Hoy cumple 85 años. El mismo día en que hubiera
cumplido medio siglo otro símbolo de la dictadura, de la miseria y el miedo,
que era el Muro de Berlín. Pero los vientos de libertad que derribaron aquel
muro no arrollaron al dictadorzuelo caribeño y con él a su nefasta obra. ¿Por
qué? Dicen que la insularidad, el clima tropical, el carácter cubano y la
lejanía lo explican. Lo cierto es que todos estos años de fracaso tras fracaso,
de humillación permanente, de miedo institucionalizado, no han generado una
masa crítica que arriesgara la vida por cambiarla, como ha sucedido en tantas
partes del mundo en los últimos 30 años.
El
reino de la mentira se ha mantenido básicamente inalterado durante cinco
décadas. Y el otrora líder revolucionario carismático, convertido en un
siniestro anciano al que sólo funciona ya su sempiterna arrogancia y vanidad,
ese «orgullo podrido», prolonga con su desesperante longevidad una parálisis
dolorosa que ha marcado ya a cuatro generaciones de cubanos, dentro y fuera de
la isla. El balance de los increíbles 53 años de dictadura está a la vista de
todos. Algún día morirá Castro y también su hermano y la historia retornará a
la isla para ponerse en movimiento. Y se harán, cuando la población tenga
libertad para hablar, estudios reales sobre los mecanismos que han mantenido a
un régimen tan inhumano e ineficaz a sobrevivir. Lo que ya sabemos hoy es que
la ayuda que desde países libres se ha otorgado al régimen ha sido decisivo. Y
que todos los que vivimos en libertad debemos avergonzarnos por haberlo
permitido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario