ABC 06.04.12
ESTABA claro que no iba a tardar en aparecer. Y lo hizo
ayer. Para lamentarse. Afligido. Sufriente. Perseguido. Por los judíos y sus
compinches. Y en Jueves Santo. El calvario del poeta que carga con la cruz por
decir la verdad. Y su verdad es, dice, tan terriblemente peligrosa que él ya
sabía que sufriría tormento por proclamarla. Y pese a ello, ahí está él, mitad
héroe, mitad mártir. ¿O mesías total? Para decir la verdad en nombre de todos.
De todos los que callan porque tienen miedo a los judíos. A que les llamen
antisemitas. Él se sacrifica por todos y la verdad según Grass es antisemita.
La escenificación de Günther Grass es tan consumada que entra de lleno en el
lodo del mal gusto. Nos lanza el miércoles un poema con un pretexto falaz,
trufado de sugerencias mentirosas y afirmaciones viles. Utiliza todos los
mecanismos clásicos del antisemitismo de manual haciendo de Israel una especie
de fuerza del mal que amenaza a la paz del mundo. Y lo hace con sus secretos y
oscuros poderes, con ayuda alemana ¡qué perversión! para exterminar a un pueblo
pacífico en Irán. Y se olvida de que lo cierto es lo contrario. La única
amenaza de exterminio total procede de Teherán, del fanatismo islamista, de
forma reiterada, contra un estado democrático judío. Pero además hace, como
haría un perfecto antisemita el juego siniestro del paralelismo de culpas, muy
fino él, muy sensible. Para decirnos que los judíos están a punto de hacer algo
gravísimo y con ayuda de los hijos de los nazis, contra otros pacíficos
pueblos. En esa sugerencia late en Grass incontrolable la aversión contra ese
Estado con carácter único, contra el estado judío. Nunca habría alzado la voz
contra un pequeño estado que se arma en autodefensa contra otro Estado
infinitamente mayor que ha proclamado pública y oficialmente su intención de
hacerlo desaparecer. Grass nos sugiere que las víctimas están a punto de
convertirse en los verdugos de un crimen. Sí, deja claro que el crimen nazi fue
único. Pero ve una alianza entre víctimas y verdugos de antaño. Lo que los
equipara.
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