ABC 10.04.12
ALBERTO Santiago Du Bouchet, periodista cubano,
represaliado, encarcelado, canjeado, deportado, expatriado, abandonado y
desesperado, se suicidó el pasado día 4 de abril en Las Palmas. Su mujer y sus
dos hijos esperaban en la península a ver si tenía éxito su gestión en busca de
trabajo en Canarias. No fue así. Este fracaso coincidió con el anuncio de la
cancelación de las ayudas que tenían asignadas desde su llegada a España hace
más un año. Y el expreso político cubano, desesperado, se quitó la vida. Nadie
debe buscar culpables de esta muerte tan trágica. Pero lo que es evidente es
que Alberto Santiago, como los otros 115 expresos políticos llegados a España
con sus familias en diferentes tandas desde 2010, estaba humillado y
desesperado. Porque la solución que les presentaron en su día como salto a la
libertad a todos ellos, presos en las prisiones del régimen comunista de los
Castro, se había revelado como una terrible trampa, un callejón sin salida, una
miserable añagaza del régimen. Los fotógrafos y las entrevistas a su llegada a
Barajas desaparecieron pronto. Después comenzaron a verse las condiciones
reales en que iban a quedar estos hombres y sus familias, que habían sido
convencidos de hacer este viaje sin regreso por el Gobierno socialista español
y la Iglesia cubana, tan deseosa ella de comerciar favores con el régimen
castrista.
Estos cubanos, en gran parte intelectuales, llevaban presos
desde la siniestra Primavera Negra del 2003 en que el régimen de Castro optó
por una gran operación de castigo contra la disidencia. Con juicios- farsa de
estilo estalinista, la dictadura condenó a los detenidos, acusados de los
delitos más peregrinos, a penas draconianas de prisión. Tras siete años en
aquellas mazmorras muchos tenían ya la salud quebrada. Algunos veteranos
demócratas resistentes ya habían cumplido otras penas antes. Pero ni los sanos
podían encontrar trabajo. Como Arturo Suárez que pasó 24 años en las cárceles
de aquel miserable régimen que todavía encuentra cómplices y amigos en España y
otras democracias. Entre esos amigos del régimen cubano hay que incluir al
presidente José Luis Rodríguez Zapatero, al entonces ministro de exteriores
Miguel Ángel Moratinos y otros socialistas. Desde que llegaron al poder dejaron
claro que despreciaban a la oposición democrática cubana tanto o más que el
propio régimen cubano. Bajo el lema de «A la gusanera ni agua», Zapatero y
Moratinos cortaron todo diálogo con la oposición y emprendieron el camino,
afortunadamente fracasado, de ayudar en todo a la criminal dictadura a
conseguir mejor trato en la UE.
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