viernes, 20 de febrero de 2015

INVERSIÓN EN DIGNIDAD

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  10.04.12


ALBERTO Santiago Du Bouchet, periodista cubano, represaliado, encarcelado, canjeado, deportado, expatriado, abandonado y desesperado, se suicidó el pasado día 4 de abril en Las Palmas. Su mujer y sus dos hijos esperaban en la península a ver si tenía éxito su gestión en busca de trabajo en Canarias. No fue así. Este fracaso coincidió con el anuncio de la cancelación de las ayudas que tenían asignadas desde su llegada a España hace más un año. Y el expreso político cubano, desesperado, se quitó la vida. Nadie debe buscar culpables de esta muerte tan trágica. Pero lo que es evidente es que Alberto Santiago, como los otros 115 expresos políticos llegados a España con sus familias en diferentes tandas desde 2010, estaba humillado y desesperado. Porque la solución que les presentaron en su día como salto a la libertad a todos ellos, presos en las prisiones del régimen comunista de los Castro, se había revelado como una terrible trampa, un callejón sin salida, una miserable añagaza del régimen. Los fotógrafos y las entrevistas a su llegada a Barajas desaparecieron pronto. Después comenzaron a verse las condiciones reales en que iban a quedar estos hombres y sus familias, que habían sido convencidos de hacer este viaje sin regreso por el Gobierno socialista español y la Iglesia cubana, tan deseosa ella de comerciar favores con el régimen castrista.
Estos cubanos, en gran parte intelectuales, llevaban presos desde la siniestra Primavera Negra del 2003 en que el régimen de Castro optó por una gran operación de castigo contra la disidencia. Con juicios- farsa de estilo estalinista, la dictadura condenó a los detenidos, acusados de los delitos más peregrinos, a penas draconianas de prisión. Tras siete años en aquellas mazmorras muchos tenían ya la salud quebrada. Algunos veteranos demócratas resistentes ya habían cumplido otras penas antes. Pero ni los sanos podían encontrar trabajo. Como Arturo Suárez que pasó 24 años en las cárceles de aquel miserable régimen que todavía encuentra cómplices y amigos en España y otras democracias. Entre esos amigos del régimen cubano hay que incluir al presidente José Luis Rodríguez Zapatero, al entonces ministro de exteriores Miguel Ángel Moratinos y otros socialistas. Desde que llegaron al poder dejaron claro que despreciaban a la oposición democrática cubana tanto o más que el propio régimen cubano. Bajo el lema de «A la gusanera ni agua», Zapatero y Moratinos cortaron todo diálogo con la oposición y emprendieron el camino, afortunadamente fracasado, de ayudar en todo a la criminal dictadura a conseguir mejor trato en la UE.

La complicidad del Gobierno socialista con el régimen castrista es un capítulo de vergüenza y náusea de nuestras relaciones exteriores que quizá tenga serias consecuencias cuando el régimen desaparezca y los cubanos sean libres para demostrar el desprecio que tal conducta merece. En aquel marco de complicidad quiso el régimen deshacerse de estos presos incómodos. Porque posibles problemas con ellos amenazaban con dificultar esa farsa que La Habana quería montar con ayuda del Gobierno español para conseguir que Bruselas levantara las sanciones contra Cuba. Así engañaron a los presos que no salieron a la libertad sino fueron deportados a España sin condiciones propias para estos exiliados políticos que no son unos inmigrantes jóvenes que puede uno abandonar a su suerte. Y quienes no han podido ir a EEUU por tener allí familiares hoy viven aquí abocados a la indigencia. Por dignidad, España está en deuda con estas familias de hombres frágiles y torturados. Lo poco que nos cueste que tengan una modesta vida digna será una inversión en desagravio a Cuba por la vergüenza nacional de nuestra complicidad con la tiranía.

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