ABC 13.04.12
¡POBRE Joan Tardá! Nos parte el corazón su grito
desesperado. Su desgarradora llamada a otros diputados, fraternales y
solidarios a ayudarle a él, pobre hombre acosado y maltratado por unos votos de
menos. Pedía desconsolado el independentista catalán le dejaran conocer los
secretos del Estado español. Quiere estar a toda costa allí donde se discuten
las cuestiones más sensibles de nuestra seguridad. Allí donde se conocen los
engranajes, las directrices y las gentes que velan por la seguridad de todos
los españoles, de sus instituciones. Lo que allí se cuenta es de enorme
importancia para nuestra protección. Pero también lo sería para quienes quieren
romperla. Para quienes quieren hacernos daño. Para nuestros enemigos. Y Tardá
es muy curioso. Obsesionado por verle las enaguas a España. No le dejan y clama
«injusticia». «Me dirijo a los partidos políticos con los que tenemos una
relación histórica de fraternidad y compromiso». Nadie pareció conmoverse
mucho. Desde luego no los necesarios. Lo que es seguro es que en esta ocasión,
pedía ayuda a socialistas, comunistas y nacionalistas. Porque esta vez no se
refería Tardá a ETA cuando hablaba de esos lazos fraternales. Pero podía haber
sido. Porque con la organización terrorista ya ha hecho ERC sus particulares acuerdos.
Se acuerdan de Perpignan y de Carod Rovira convertido en el Rudolph Hess con
suerte. Con fortuna, digo, porque al enviado a firmar acuerdos secretos con el
enemigo del Estado la acusación y el juicio por traición no se la hubiera
ahorrado nadie a Carod Rovira en otro país. En un país un poco más serio.
Consiguió incluso que los terroristas anunciaran oficialmente que perdonarían
la vida a los catalanas en sus campañas terroristas y que se concentrarían en
el resto de los españoles. Lo que ERC recibió con esa satisfacción de quien
sabe que se ha dado un paso histórico para que los valientes enemigos del
Estado español puedan hacer más daño, causar más bajas a España. Estaba ayer
enfadado el inefable Tardá, el histrión del Congreso, amiguete de la delegación
etarra en el Congreso, esos de Amaiur, otro regalo siniestro del gobierno de
Zapatero, herencia de la larga e inaudita historia de infamia que en los
últimos años ha llevado a los terroristas a casi todas las instituciones. Y
próximamente también, con bastante probabilidad, al Gobierno del País Vasco. El
señor Tardá tiene razón al poner el grito en el cielo. Se está rompiendo una
norma. Porque llevamos muchos años en los que parecemos volcados a hacer
favores a quienes atacan nuestro estado democrático común y presumen de querer
destruirlo. El hecho de que Tardá no se dedique a poner bombas no le convierte
en ciudadano impecable. Porque da cobertura política a quienes las han puesto y
a sus cómplices. Está muy bien que se ponga punto final al mantra insufrible de
que todas las ideas defendidas pacíficamente son respetables. Eso no es cierto.
No son respetables ni decentes las ideas que quieren destruir la democracia
española. Las que arrebatan derechos a los ciudadanos y crean odios entre los
compatriotas. Tardá es un autoproclamado enemigo de la democracia española y su
Constitución. En Alemania intentaron algunos escandalizarse hace unos meses
cuando se supo que los servicios de información de Protección de la
Constitución tenían bajo vigilancia a varios diputados comunistas del partido
Die Linke. El Gobierno y los servicios secretos se apresuraron a confirmarlo y
a dejar claro que era necesario. Por dudas a su lealtad al Estado. Y así sigue
siendo sin que nadie se irrite. ¿Tienen ustedes dudas sobre la lealtad de
Tardá? Pues eso.
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