ABC 15.06.12
Aquí todavía hay tantos que no saben que no jugamos contra
nadie. Están convencidos de que Merkel disfruta con esta crisis
CIERTO, estamos en el borde del abismo. Y lo mejor que nos
puede pasar es seguir ahí aun algún tiempo. Porque significará que no nos hemos
caído. Muchos hablan de la catástrofe, pero nadie nos detalla cómo se imagina
el día después. Es inútil tomar precauciones para el día después de que, por
errores de tantos o fatalidad, se hunda el euro y la Unión Europea. Porque
entonces las cartas se mezclarán otra vez y para un juego totalmente nuevo. No
valdrá nada de lo que vale ahora. Eso sí que será incertidumbre de las
auténticas. De las que sólo conocemos de la literatura y el cine. Esperemos que
la providencia nos evite tiempos tan interesantes. De no ser así, los llorones
ahora omnipresentes en el desolador panorama mediático español echarían mucho
de menos estos tiempos que llaman de «esclavitud al dictado de Merkel». Las
sociedades más pretenciosas y menos articuladas se llevarían la peor parte. En
el norte de Europa también supondría un cataclismo el fin del experimento del
euro. Pero en torno a Alemania continuaría un proyecto común, cultural,
político y económico. Que nos daría la espalda como primera reacción a esta
terrible decepción histórica. Escarmentada por el fiasco con la Europa
meridional y mediterránea, esta comunidad septentrional volcaría
previsiblemente sus intereses y proyección hacia el este. Países escandinavos,
Holanda, Austria pero también los eslavos centroeuropeos harán piña con
Alemania para buscar una alianza estratégica con Rusia y afianzarse en los
mercados de China, India y Asia Central. Podrían estas sociedades del norte de
Europa seguir un desarrollo de razonable prosperidad. Nosotros los países
meridionales en cambio, íbamos a salir peor que magullados de los escombros de
la eurozona. Con un heroico sálvese quien pueda quedaríamos paralizados, cada
uno por su cuenta y sin proyecto. Probablemente expuestos a un colapso del
Estado de derecho y nuestra seguridad. Quedaríamos nosotros como país marginal
en los extrarradios europeos. Dando tumbos. Nuestro nivel de vida retrocedería
treinta, cuarenta o cincuenta años. Nuestra renta se hundiría. Y ya veríamos
como respondería nuestra frágil cultura de convivencia. En fin, como ven, una
auténtica juerga ponerse a especular sobre lo que nos puede pasar por creernos
que podemos seguir haciendo trampas en la partida cuando ésta ya se ha
convertido en un solitario. Porque aquí todavía hay tantos que no saben que no
jugamos contra nadie. Pero este espíritu de país pobre nos hace acudir a todas
partes con esta subcultura del reparto de la suma cero. Hay que dañar a alguien
para beneficiarse. Ley primitiva. Y nada hay más triste. Por eso tantos están
realmente convencidos de que Merkel disfruta con esta crisis para pagar ella la
deuda a tipo muy bajo. Esos instintos de campesino de pedregal son los que
destila tanta opinión en este país. De esos supuestos ilustrados que parecen la
horda de invitados de Viridiana reclamando a gritos para sí los ahorros del
prójimo. Para pagar sus deudas. Me dirán que soy injusto por considerar que
también de este retorno a los peores instintos de la raza se los debemos a
Zapatero y su revival de la peste ideológica de la revancha y la mezquindad.
Creo no serlo. Siguen pensando que en la transición comenzamos un camino
fundamentalmente correcto y bueno para los españoles. Y que estábamos en
perfectas condiciones para llevarlo a buen fin en la incorporación a la plena
normalidad como nación europea cuando estallaron las bombas del 11 de marzo del
2004. Pero es inútil hablar del escenario después de una catástrofe. Y ya no
hablo de aquella. Sino de la que parece hoy inminente y -así es- yo estoy seguro
evitaremos.
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