sábado, 21 de febrero de 2015

EN EL BORDE

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  15.06.12


Aquí todavía hay tantos que no saben que no jugamos contra nadie. Están convencidos de que Merkel disfruta con esta crisis

CIERTO, estamos en el borde del abismo. Y lo mejor que nos puede pasar es seguir ahí aun algún tiempo. Porque significará que no nos hemos caído. Muchos hablan de la catástrofe, pero nadie nos detalla cómo se imagina el día después. Es inútil tomar precauciones para el día después de que, por errores de tantos o fatalidad, se hunda el euro y la Unión Europea. Porque entonces las cartas se mezclarán otra vez y para un juego totalmente nuevo. No valdrá nada de lo que vale ahora. Eso sí que será incertidumbre de las auténticas. De las que sólo conocemos de la literatura y el cine. Esperemos que la providencia nos evite tiempos tan interesantes. De no ser así, los llorones ahora omnipresentes en el desolador panorama mediático español echarían mucho de menos estos tiempos que llaman de «esclavitud al dictado de Merkel». Las sociedades más pretenciosas y menos articuladas se llevarían la peor parte. En el norte de Europa también supondría un cataclismo el fin del experimento del euro. Pero en torno a Alemania continuaría un proyecto común, cultural, político y económico. Que nos daría la espalda como primera reacción a esta terrible decepción histórica. Escarmentada por el fiasco con la Europa meridional y mediterránea, esta comunidad septentrional volcaría previsiblemente sus intereses y proyección hacia el este. Países escandinavos, Holanda, Austria pero también los eslavos centroeuropeos harán piña con Alemania para buscar una alianza estratégica con Rusia y afianzarse en los mercados de China, India y Asia Central. Podrían estas sociedades del norte de Europa seguir un desarrollo de razonable prosperidad. Nosotros los países meridionales en cambio, íbamos a salir peor que magullados de los escombros de la eurozona. Con un heroico sálvese quien pueda quedaríamos paralizados, cada uno por su cuenta y sin proyecto. Probablemente expuestos a un colapso del Estado de derecho y nuestra seguridad. Quedaríamos nosotros como país marginal en los extrarradios europeos. Dando tumbos. Nuestro nivel de vida retrocedería treinta, cuarenta o cincuenta años. Nuestra renta se hundiría. Y ya veríamos como respondería nuestra frágil cultura de convivencia. En fin, como ven, una auténtica juerga ponerse a especular sobre lo que nos puede pasar por creernos que podemos seguir haciendo trampas en la partida cuando ésta ya se ha convertido en un solitario. Porque aquí todavía hay tantos que no saben que no jugamos contra nadie. Pero este espíritu de país pobre nos hace acudir a todas partes con esta subcultura del reparto de la suma cero. Hay que dañar a alguien para beneficiarse. Ley primitiva. Y nada hay más triste. Por eso tantos están realmente convencidos de que Merkel disfruta con esta crisis para pagar ella la deuda a tipo muy bajo. Esos instintos de campesino de pedregal son los que destila tanta opinión en este país. De esos supuestos ilustrados que parecen la horda de invitados de Viridiana reclamando a gritos para sí los ahorros del prójimo. Para pagar sus deudas. Me dirán que soy injusto por considerar que también de este retorno a los peores instintos de la raza se los debemos a Zapatero y su revival de la peste ideológica de la revancha y la mezquindad. Creo no serlo. Siguen pensando que en la transición comenzamos un camino fundamentalmente correcto y bueno para los españoles. Y que estábamos en perfectas condiciones para llevarlo a buen fin en la incorporación a la plena normalidad como nación europea cuando estallaron las bombas del 11 de marzo del 2004. Pero es inútil hablar del escenario después de una catástrofe. Y ya no hablo de aquella. Sino de la que parece hoy inminente y -así es- yo estoy seguro evitaremos.

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