ABC 17.09.11
El primer ministro turco, Recep Tayip Erdogán, ha tenido una
gran recepción en Libia. Como antes en Egipto y después en Túnez. Las
ambiciones del líder islamista, una vez firmemente consolidado su poder en
Turquía, son cada vez mayores. Y el momento parece propicio. Las satrapías caen
una tras otra y él es el dirigente de la única democracia islámica.
Su
influencia en todo el mundo islámico ha aumentado rápidamente no sólo por eso
en la comunidad de países del Islam, no sólo como líder de un modelo que ofrece
para los países en transición sino también por la enorme vitalidad de la
economía turca. Y Erdogán parece convencido de que Turquía está ante la gran
oportunidad de convertirse en la potencia estratégica en la región. De
recuperar la hegemonía turca en el mundo árabe que hasta principios del siglo
XX tuvo como Imperio Otomano. Sus grandes rivales son Arabia Saudí y el poder
chií persa de Irán. En esta estrategia de Erdogán entra el conflicto con
Israel, tan popular en el mundo árabe, que no deja de alimentar desde hace dos
años. Y que ha alcanzado sus mayores estridencias en pasadas semanas.
Son
muchas y buenas las cartas de Erdogán. Pero hay indicios de que en su viaje a
la grandeza podría haber exagerado sus expectativas. Los recelos árabes a la
antigua potencia colonial turca son grandes. Y resulta demasiado evidente su
«paternalismo democratizante».
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