Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 16.09.11
Las
víctimas, en plena visibilidad y presencia, han de ser el referente moral que
ayude a esta sociedad a no perder la dignidad
Los
Príncipes de Asturias inauguraron ayer en París el VII Congreso Internacional
de Víctimas del Terrorismo. Participan en él 300 víctimas y familiares
procedentes de 35 países. Y representan simbólicamente a la incalculable cifra
de seres humanos que murieron o vieron su vida destruida parcial o totalmente
sin otro motivo que el deseo de matar de otros. Por supuesto, el presidente del
Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero no estuvo presente. No ha considerado
oportuno acudir a ni uno sólo de los siete congresos que ya se vienen
celebrando en diversas partes del mundo. Y eso a pesar de que nuestro país es
en el mundo occidental el más azotado por esta plaga. Y miles de sus ciudadanos
malviven con secuelas físicas o psíquicas por acciones terroristas. Este año,
Zapatero se ha superado en su desprecio a las víctimas del terrorismo y ni
siquiera ha contestado a la invitación que, como los años precedentes, se le
envió a La Moncloa. Recordarán aquella terrorífica anécdota cuando, en una de
esas escasas recepciones con las víctimas que a mala gana ha atendido el
presidente, éste les dijo con desenfado a Irene Villa y a su madre que él las
entendía bien porque a su abuelo también lo habían fusilado. No me extenderé en
expresar mi opinión sobre esta respuesta que tanto define al hombre. Pero quede
claro, por el presidente del Gobierno no siento ningún respeto, insisto en ello
y no lamento decirlo ahora que tantos le expresan el suyo, creo que de forma un
tanto exagerada. Y si se lo perdí, el respeto, a este presidente del Gobierno,
fue porque comprobé muy pronto que él no respeta nada ni a nadie. Y a quienes
con más claridad y procacidad ha demostrado esa falta de respeto ha sido
precisamente a las víctimas. Su ausencia en París no es sino la muy esperada
enésima afrenta a quienes ha considerado unos muy molestos obstáculos para la
propagación de sus mentiras y de su realidad inventada. Enseguida identificó a
las víctimas como parte de la oposición a su programa. Sus medios se lanzaron a
difamarlas como activistas de la derecha o tontos manipulados. Las infamias
alcanzaron cotas desconocidas y los diarios del zapaterismo se dedicaban a
buscar banderas anticonstitucionales en las manifestaciones de las víctimas,
para tacharlas de fascistas y enemigos de esa paz que el hombre del talante nos
iba a traer. Las víctimas conocieron antes que nadie la auténtica catadura del
personaje. Cuando la inmensa mayoría de esta sociedad seguía viendo en Zapatero
un hombre de finos sentimientos, tenían desenmascarado al frío calculador que
buscaba una alianza con todas las fuerzas no nacionales, desde los
nacionalistas de salón y cubiertos de plata a los terroristas de pistola y
capucha. Para intentar que la alternancia política fuera cosa del pasado.
Vieron antes que nadie que la negociación para el desarme era colaboración
política con sus verdugos. Pero además percibieron la incapacidad total de este
personaje de la mínima empatía con sentimientos y sufrimientos de los demás.
Ahora que ha dicho que su ideal es “una hamaca” y “supervisar las nubes” ha
sorprendido a algunos su falta de sensibilidad y empatía. Cuando se va dejando
a millones en la miseria y la zozobra. Las víctimas la han sufrido ocho
implacables años, agravio añadido al sufrimiento por su condición. Ahora
socialistas y nacionalistas intentan mezclar víctimas del terrorismo con
damnificados de todo tipo, en su esfuerzo permanente por cerrar página y
pretender una normalidad mentirosa. Las víctimas, en plena visibilidad y
presencia, han de ser el referente moral que una vez más ayude a esta sociedad
a no perder la dignidad.
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