ABC 17.01.12
HA muerto Manuel Fraga Iribarne. Antes que nada, un gran
hombre. En aciertos y errores fue rico, como todo ser humano de tan
extraordinaria actividad. En unos y otros siempre estuvo guiado por un profundo
amor a España y a los españoles. Manuel Fraga representa la grandeza de la
política ejercida desde la convicción y desde el sacrificio. Con una inagotable
vocación de servicio y desde luego una cultura y talla intelectual muy poco
común en nuestros días. Esto, que es exactamente lo que pienso, lo escribí en
la noche del domingo en tuiter. Minutos después me caía la del pulpo. Unos
exigían que alguien me diera de inmediato una paliza. Otros lamentaban que no
me enterraran junto a don Manuel. Otros, que en su odio ciego me deben creer de
la quinta del ilustre muerto, se consolaban anunciando que yo pronto le
seguiría. Pero lo alarmante no son los insultos a Fraga o al mensajero. Ni las
ganas enfermas de hacer daño de gentes que se escudan tras el anonimato de
extraños avatares. Lo peor es sin duda la absoluta falta de información que
reflejaban todos esos mensajes de odio militante. No saben nada de Manuel Fraga
Iribarne, no saben nada del franquismo, no saben nada de la transición. En
realidad no saben nada de la Guerra Civil más allá de ese golpe de Estado que
unos generales, unos latifundistas, los ricos y la Iglesia organizan contra un
pobre pueblo democrático que vivía su gran idilio armónico en la conquista de
la libertad, la cultura y la prosperidad. La II República como estado ideal
progresista en el que las fuerzas del bien habían triunfado y se aprestaban a
dejar que se organizara por sí sola la arcadia popular. Y llegaron los
fascistas aliados con los nazis y machacaron el bien e impusieron el mal que
fue absoluto hasta que Franco murió. Me dirán que estoy caricaturizando y yo
les digo que esa caricatura grotesca es la visión dominante en estos jóvenes
airados que quieren restablecer esa arcadia y enmendar la injusticia setenta y
cinco años
después, si hace falta a golpes.
Resulta terrorífica la visión simplista y necia del mundo que revelaban. Que es
ajena a las generaciones anteriores. La concepción de la historia de España en
el siglo XX como un choque frontal entre buenos y malos, entre buenos
buenísimos y malos malísimos, ha dejado de ser la irrelevante creencia de
cuatro comunistas. Ha sido popularizada por ese mensaje del odio y el
resentimiento.
El absoluto rechazo al mínimo intento de empatía con
posiciones distintas a la de la defensa incondicional y violenta del bien
absoluto de esa República ideal, hace perfectamente inútil cualquier intento de
debate o aproximación. Así, jóvenes del bachillerato me demostraban ver en
Fraga una especie de Reinhardt Heydrich de las SS que disfrutaba «ordenando
fusilar» a demócratas españoles. Claro que la juventud no es así. Pero que
exista una corriente no desdeñable de esta opinión disparatada y enfermiza no
es casual. Y hay responsables. La falsificación de la historia en las regiones
dominadas por el nacionalismo ya lleva instituida oficialmente más de tres
décadas. No es por tanto de extrañar que un altísimo porcentaje de las misivas
de odio procedieran de Cataluña y el País Vasco. Pero la generalización de esa
visión tan torpe y necia, no ya de la Guerra Civil, sino de la transición, se
debe sin duda a la labor incesante en esta pasada década de los propagandistas
de la revancha del Partido Socialista bajo Zapatero. Es otro legado envenenado
de profunda miseria que debemos al aventurerismo mentiroso e inmoral que nos
gobernó.
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