ABC 12.11.11
Con razón no nos gusta utilizar el término, pero es el más
adecuado para definir la situación política generada por la crisis en varios
países de la Unión Europea. Hemos pasado por el estado de pánico, el de alarma
y ahora ya en el de excepción vamos a buscar la forma de salir de la crisis sin
caer de nuevo en los estados previos. Por supuesto que como mal menor, sin duda
como fenómeno pasajero.
¿Pero
qué estado de excepción no es ambas cosas por definición? Está claro que la
gravedad del momento y el peligro inminente de una catástrofe de imprevisibles
consecuencias ha recomendado no dar la voz al pueblo. Gobiernos de tecnócratas
no electos han tomado las riendas en Atenas y Roma para imponer una política en
ningún momento refrendada por los votantes. Y que nada tiene que ver con los
programas y postulados de los partidos en el Parlamento. Con mucha razón. Por
muchas reservas que despierte esta situación de anomalía.
Imagínense
el resultado de una consulta popular en estos momentos en Grecia. Dada la
angustia y la desesperación, pero también la ira y la demagogia, los griegos
podrían hoy optar por cualquier menos por el esfuerzo razonable y el sacrificio.
Lo mismo cabe decir de Italia, donde unas elecciones nos podrían regalar un
parlamento aún más disparatado, incapaz de tomar decisión alguna cuando más
capacidad de resolución requiere.
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