sábado, 14 de febrero de 2015

FIN DE LA PESADILLA, DURO AMANECER

Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 18.11.11


PASADO mañana votan los españoles. Todo indica que votarán masivamente en favor del fin de una pesadilla. Tiempo habrá para que historiadores, sociólogos o antropólogos analicen las causas más profundas de este descarrilamiento de la historia de España que ha sido el auge del «zapaterismo» y el largo septenio negro que lo siguió. Para que busquen las claves de aquel entusiasmo de tantos por un mensaje adolescente e insensato, podrido de prejuicios ideológicos viejos, falta de escrúpulo en el rato a los conciudadanos y obsesión enfermiza por la resentimiento. Y las causas de algo aún más grave que el entusiasmo de sus incondicionales, de la indolencia de la sociedad española ante aquella política de hostigamiento y vindicación del rencor que practicó desde el primer momento el presidente Zapatero. Los que desde el primer momento vimos en el proyecto Zapatero el peor desafío que afrontaba la democracia española desde su nacimiento estuvimos mucho tiempo muy solos. Siempre rodeados por gentes ajenas al zapaterismo que han relativizado hasta el final sus perversiones y trivializado sus desafueros, abusos y agresiones. Desde la indiferencia y el «moderantismo» se unían al coro de la izquierda revanchista en la descalificación de las pocas voces de crítica radical a un proyecto que era un golpe de Estado contra la Constitución y habría supuesto el fin de la alternancia política en España. Porque de eso se trataba, desde el ensayo general del Pacto del Tinell y con el eje fundamental del pacto con las fuerzas independentistas y con el terrorismo de ETA. Ahora que la crisis económica y la bendita ineptitud de Zapatero y sus gobiernos han acabado con ese proyecto perverso y, nadie lo dude, totalitario, debemos reflexionar sobre la falta de músculo moral y democrático de la sociedad española. El hecho es que habiendo sido toda la acción de Gobierno de Zapatero y su secta izquierdista radicalmente injusta, arbitraria, cainita y despótica, no encontró resistencia significativa de los españoles hasta que éstos vieron que la perversión política repercutía en sus bolsillos. Esperemos que esta lección, grabada por los sufrimientos de millones de españoles y los sacrificios que habremos de hacer todos, haga de la nuestra una sociedad más avisada ante peligros futuros y cualquier manipulación de los peores instintos, entre ellos la indiferencia.

Es hora de mirar hacia adelante y buscar soluciones. Porque nuestros hijos y nietos no tienen culpa de nuestros errores. Debemos mitigar y corregir sus terribles consecuencias. Si toda Europa está ante un cambio de era, España está en una encrucijada existencial. La más dramática y decisiva desde la Guerra Civil. Ni siquiera en la transición nos jugábamos tanto futuro en tan poco tiempo. La vida que llevarán los españoles dentro de treinta o cincuenta años depende en gran medida de lo que hagamos nosotros en los próximos meses y años. Por eso es ante todo hora de que seamos conscientes de lo que está en juego. Tenemos siempre abierta la opción de la discordia, la autocompasión y la pelea contra la realidad. Es la forma más fácil de hundir a España de nuevo en el aislamiento, el retraso y sus peores demonios. Pero también tenemos la oportunidad de abrir un nuevo capítulo de nuestra historia y dar una lección a todo el continente. La profunda crisis en que viviremos los próximos años supondrá una inmensa inyección de sentido común a la política y la vida de los españoles. Hagamos de la necesidad virtud para acabar con tantos lastres y lacras. Asumamos los sacrificios inevitables como oportunidad para una vida distinta que nos exigirá renuncias pero, con lucidez, ilusión y sabiduría podemos convertir en una vida mejor.

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