ABC Viernes, 23.09.11
Echa
chispas mi ordenador, pese a estar curtido en insultos, por el fuego artillero
de injurias que llegan por el twitter
¡Cómo
se me han puesto los chicos de la conciencia impoluta, de la corrección
política! Los implacables guardianes de la bondad incuestionable, del axioma
del sentimiento progresista. Echa chispas mi ordenador, pese a estar bien
curtido en insultos, por el fuego artillero de improperios e injurias que
llegaban por el twitter. No, no teman. No había dicho que Franco
construyó algún pantano. Ni que Mussolini hizo carreteras. No me metí con
Stalin, ni con Largo Caballero, ni con Carrillo o el muy leal Companys. Ni dije
que Castro ha hecho sufrir más a los cubanos que Pinochet a los chilenos. Ni
puse en duda la santa laicidad de Allende ni el humanismo del Che. Miren, ni
siquiera elogié a Aznar. Pues me cayó tremenda encima la ira de nuestros
vigilantes de la opinión impecable. ¿Por qué? Se lo explico. Acababa de leer
compungido las informaciones sobre la ejecución de Troy Davis, un reo condenado
a muerte en Georgia por la muerte de un policía. Todos los detalles son
estremecedores. En el corredor de la muerte desde 1991, en estos veinte años su
ejecución ha sido anunciada y suspendida en tres ocasiones. Siete de los diez
testigos que le reconocieron se han desdicho. Nunca se encontró el arma
homicida. Ni se aportaron pruebas de ADN, en tantos casos decisivas para
demostrar la inocencia de reos injustamente condenados. La duda razonable en
este caso adquiere un peso abrumador en los informes periodísticos. En todos se
hacía mención a la condición de negro y pobre del condenado. Y al hecho de que
el joven policía Mark MacPhail de 22 años era blanco. En Georgia, con su
tradición secesionista. El condenado Davis ha negado hasta el final ser culpable
de la muerte de la joven víctima. Y parece incomprensible la certeza de los
jueces, al final del Supremo, que no reabrieron el caso.
Cuando
concluí la muy extensa información del New York Times me fije en las
noticias relacionadas. Entre ellas, un pequeño titular: “Supremacista blanco
ejecutado en Tejas”. Resulta que horas antes de morir Davis, había sido
ejecutado en Huntsville, Tejas, Lawrence Russell Brewer, de 44 años. El reo
estaba condenado por un terrible crimen racista por el que otro cómplice aguarda
también en el corredor de la muerte. Un tercero cumple cadena perpetua sin
remisión. Brewer y sus dos amigos, miembros de un oscuro grupo racista cercano
al Ku-Klux Klan, sorprendieron a James Byrd, un hombre negro, cuando andaba
junto a una carretera tejana un domingo de 1998. Le pegaron una paliza, lo
ataron con una cadena a su furgoneta y lo arrastraron más de tres millas. A la
mañana siguiente, unos conductores encontraron un amasijo de carne que en
principio creyeron era un pedazo de ciervo atropellado y arrastrado por algún
camión. Era el torso de Byrd, cuya cabeza fue encontrada a alguna milla de
allí. Brewer y sus cómplices fueron todos condenados a muerte. No quiso hacer
declaración alguna antes de morir, también por inyección letal como Davis, se
produjo. La familia de Byrd aplaudió y agradeció ayer la ejecución de Brewer
como acto de justicia. La hermana de la víctima se declaró confortada porque
“estamos avanzando”. Como ven, estamos hablando de dos casos muy distintos. En
el caso de Davis se puede protestar aunque se sea partidario de la pena de
muerte. Porque está en duda su culpabilidad. Pero si estamos en contra de la
pena de muerte, debería protestarse igual la del hijo de puta, facha y racista
de Brewer. Que es precisamente lo más suave que me llaman a mí. ¿Tan seguros
están mis progres que están en contra?
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