ABC 09.10.10
En los años ochenta, el terrorismo nacional en Europa no era
un monopolio de España como ahora. Terroristas de ultraizquierda mataban aun
con asiduidad. En Alemania, la Baader-Meinhof, ya sin líderes, reaparecía con
terrible efectividad. En Italia actuaban las Brigadas Rojas en una estrategia
difícil de entender. Y en puntos muy diferentes de Europa aparecían grupos
fantasmales en actuaciones puntuales, a veces vagamente relacionadas con el
terrorista Carlos. En 1979, un terrorista turco, Ali Agca, había intentado
matar al Papa Juan Pablo II. La pista dirigía al Este. Ya por entonces,
expertos advertían que el terrorismo europeo ya no era espontáneo. Que estaba
controlado por el KGB y otros servicios secretos orientales. Quienes defendían
esta tesis fueron descalificados como adalides de la guerra fría o fascistas
por la prensa del bloque soviético, pero también por la izquierdista
occidental. Acudí con frecuencia en aquellos años a Sofía a escuchar la letanía
oficial de que Bulgaria no tenía nada que ver con el atentado contra el Papa.
Tuvo que caer el Muro para que los archivos de los regímenes del Este revelaran
que era cierto. Budapest, Sofía, Berlín Este, Bucarest y Moscú habían sido
guarida y puesto de mando del terrorismo en Europa. Carlos tenía su refugio en
Budapest y los terroristas alemanes en la RDA. Una vez más los anticomunistas
tenían razón.
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