Por HERMANN TERTSCH
ABC 26.06.12
Ucrania sigue siendo un país dominado por el miedo. Polonia
logró la victoria sobre el miedo
LA mayoría de los europeos que estos días siguen el
campeonato de la Eurocopa de fútbol pensarán que la elección de Polonia y
Ucrania como escenario fue poco más que una casualidad. No repararán en que
ofrece una de las más consumadas lecciones de historia. En el contraste entre
estos dos países vecinos, tan cercanos, tan distintos, están casi todas las
claves de la evolución cultural y política de nuestro continente. Son
protagonistas de una gran parábola sobre la tragedia, el terror, el despotismo,
la libertad y la esperanza. Polonia y Ucrania. Tan juntas y mezcladas que
compartieron a lo largo de los siglos parte de sus tierras. Los dos grandes
países de las «tierras en sangre» (el tercero sería Bielorrusia) cuyo sino tan
terriblemente describe Tymothy Snyder en «Bloodlands». Son tierras anegadas de
sangre de millones por crímenes inmensos, multitudinarios, colosales. Porque en
esos dos países se concentró la peor vesania asesina de los dos grandes
asesinos de la historia, Hitler y Stalin. Simultánea, paralela a la guerra y
sus propios millones de muertos, pesadillas y aniquilación. Las fosas de Vinnitsia
son para los ucranianos lo que las fosas de Katyn para los polacos. Allí
ejecutó Stalin a las elites de esas dos naciones para descabezarlas,
convertirlas en masa amorfa, sin pasado, dignidad ni voluntad. Las
inconcebibles matanzas nazis de judíos en Babi Yar, junto a Kiev, con ¡100.000
ejecutados! en días, llevaron a los alemanes a redoblar los esfuerzos para
industrializar en Polonia el genocidio y evitar tan inmenso trabajo a los
pelotones. Ucranianos y polacos fueron perseguidos, humillados y asesinados
como nadie salvo los judíos. Por Hitler y Stalin. Por nazismo y comunismo.
Antes los polacos habían sido dueños de Ucrania Occidental. Y también los
austriacos. La ciudad ucraniana Lviv es la polaca Lwow y la austriaca Lemberg
en aquel limes difuso entre Roma y Bizancio. En «la frontera», en lenguas
eslavas, la «Kraina», «U Kraina», «sobre la frontera». Recordarán otro limes
entre Bizancio y Roma, entre ortodoxos y católicos, con guerra no hace mucho.
Era la Krajina. La frontera, ésta en los Balcanes, extremo sur del Imperio
austro húngaro. Esta otra Krajina, la llanura inmensa entre los Cárpatos y los
Urales que es Ucrania, es tierra fértil. Pues allí se produjeron las más
brutales hambrunas que se conocen del continente. Artificiales, provocadas por
Lenin primero y Stalin después. Allí que se comían los hijos a los padres y
viceversa, en años de horror de colectivización socialista. Murieron millones
como perros, como insectos. No hay país en Europa que concentren tanto espanto
y crimen en un pasado terrible a manos foráneas como estos dos, Polonia y
Ucrania. Pero la lección está en sus diferencias. Stalin torturó a Polonia. No
logró quebrarle la cerviz. Porque la nación polaca tenía elites para diez y
cien Katynes. Ucrania no. En su Vinnitsia, Stalin liquidó en 1941 lo que
quedaba de columna vertebral ucraniana tras dos décadas de terror comunista.
Marca la diferencia. Entre el daño inmenso de 40 años de ocupación por
implacable que fuera en Polonia y 70 años de devastación total de poder soviético
en Ucrania. Es mucha. En 20 años de libertad, Polonia se ha convertido en una
democracia ejemplar, miembro de la UE y una sociedad vigorosa y dinámica. Sin
miedo como nación que se liberó a sí misma. Ucrania sigue siendo un país
dominado por el miedo, el culto al más fuerte, la violencia y la mafia. Polonia
logró la victoria sobre el miedo. Ucrania aun no. La libertad, el coraje, la
fuerza de la fe, la memoria, la dignidad y la ejemplaridad, marcan la
diferencia. No sólo allí.
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