sábado, 21 de febrero de 2015

HISTORIA DE DOS PAÍSES

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  26.06.12


Ucrania sigue siendo un país dominado por el miedo. Polonia logró la victoria sobre el miedo

LA mayoría de los europeos que estos días siguen el campeonato de la Eurocopa de fútbol pensarán que la elección de Polonia y Ucrania como escenario fue poco más que una casualidad. No repararán en que ofrece una de las más consumadas lecciones de historia. En el contraste entre estos dos países vecinos, tan cercanos, tan distintos, están casi todas las claves de la evolución cultural y política de nuestro continente. Son protagonistas de una gran parábola sobre la tragedia, el terror, el despotismo, la libertad y la esperanza. Polonia y Ucrania. Tan juntas y mezcladas que compartieron a lo largo de los siglos parte de sus tierras. Los dos grandes países de las «tierras en sangre» (el tercero sería Bielorrusia) cuyo sino tan terriblemente describe Tymothy Snyder en «Bloodlands». Son tierras anegadas de sangre de millones por crímenes inmensos, multitudinarios, colosales. Porque en esos dos países se concentró la peor vesania asesina de los dos grandes asesinos de la historia, Hitler y Stalin. Simultánea, paralela a la guerra y sus propios millones de muertos, pesadillas y aniquilación. Las fosas de Vinnitsia son para los ucranianos lo que las fosas de Katyn para los polacos. Allí ejecutó Stalin a las elites de esas dos naciones para descabezarlas, convertirlas en masa amorfa, sin pasado, dignidad ni voluntad. Las inconcebibles matanzas nazis de judíos en Babi Yar, junto a Kiev, con ¡100.000 ejecutados! en días, llevaron a los alemanes a redoblar los esfuerzos para industrializar en Polonia el genocidio y evitar tan inmenso trabajo a los pelotones. Ucranianos y polacos fueron perseguidos, humillados y asesinados como nadie salvo los judíos. Por Hitler y Stalin. Por nazismo y comunismo. Antes los polacos habían sido dueños de Ucrania Occidental. Y también los austriacos. La ciudad ucraniana Lviv es la polaca Lwow y la austriaca Lemberg en aquel limes difuso entre Roma y Bizancio. En «la frontera», en lenguas eslavas, la «Kraina», «U Kraina», «sobre la frontera». Recordarán otro limes entre Bizancio y Roma, entre ortodoxos y católicos, con guerra no hace mucho. Era la Krajina. La frontera, ésta en los Balcanes, extremo sur del Imperio austro húngaro. Esta otra Krajina, la llanura inmensa entre los Cárpatos y los Urales que es Ucrania, es tierra fértil. Pues allí se produjeron las más brutales hambrunas que se conocen del continente. Artificiales, provocadas por Lenin primero y Stalin después. Allí que se comían los hijos a los padres y viceversa, en años de horror de colectivización socialista. Murieron millones como perros, como insectos. No hay país en Europa que concentren tanto espanto y crimen en un pasado terrible a manos foráneas como estos dos, Polonia y Ucrania. Pero la lección está en sus diferencias. Stalin torturó a Polonia. No logró quebrarle la cerviz. Porque la nación polaca tenía elites para diez y cien Katynes. Ucrania no. En su Vinnitsia, Stalin liquidó en 1941 lo que quedaba de columna vertebral ucraniana tras dos décadas de terror comunista. Marca la diferencia. Entre el daño inmenso de 40 años de ocupación por implacable que fuera en Polonia y 70 años de devastación total de poder soviético en Ucrania. Es mucha. En 20 años de libertad, Polonia se ha convertido en una democracia ejemplar, miembro de la UE y una sociedad vigorosa y dinámica. Sin miedo como nación que se liberó a sí misma. Ucrania sigue siendo un país dominado por el miedo, el culto al más fuerte, la violencia y la mafia. Polonia logró la victoria sobre el miedo. Ucrania aun no. La libertad, el coraje, la fuerza de la fe, la memoria, la dignidad y la ejemplaridad, marcan la diferencia. No sólo allí.

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