Por HERMANN TERTSCH
ABC 04.09.12
Merkel llega el jueves a Madrid. Mucha demagogia y agitación
antialemana se ha hecho contra la canciller en España
AQUEL hombre inmenso, que aun pesaba por entonces sus 150
kilos, lloró sin disimulo al final de la ceremonia en su honor en el gran salón
del monasterio de Yuste. Era junio de 2006. Acababan de pronunciar sendos
discursos los dos españoles que probablemente más apreció nunca, el Rey Juan
Carlos I y Felipe González. Ambos habían hablado de él, de su larga carrera
política, ya finalizada. De unos logros que habían cambiado Europa y el mundo y
le habían granjeado no sólo un destacado papel en la historia con mayúsculas,
sino también el respeto y la admiración en todo el mundo. Helmut Kohl, de él
hablamos, era homenajeado en aquel rincón extremeño que fue retiro espiritual
para el emperador Carlos V. Recordaron el Rey y González que Alemania fue desde
el primer momento del fin de la dictadura un firme defensor del retorno de
España a Europa. Los lazos históricos pesaron mucho en aquella profunda
afinidad. Pero a partir de 1982, España contó además con un Helmut Kohl de
canciller que, en su indoblegable vocación europeísta, ayudó en todo momento a
superar las innumerables dificultades que surgían -o que ponían otros- para la
plena integración de España en Europa. Kohl fue canciller durante 16 años. Y
líder absoluto de su partido durante 25. Después de tanto tiempo como figura
incontestable en el liderazgo en Europa, resulta muy difícil recordar sus
comienzos y su larguísima trayectoria. Ahora sale a la luz la primera gran
biografía de Helmut Kohl, obra del historiador Hans-Peter Schwarz. En ella se
estudian, junto a los grandes éxitos, sus reveses y también, nadie está libre,
las sombras en su vida política. Allí está el Kohl triunfante que logra el
acuerdo de todas las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial para
poner fin a la última consecuencia política vigente de la misma que era la
división de Alemania. Pero las risas cínicas de Franz Josef Strauss cuando
calificaba de inepto como líder e incapaz a Kohl. Ese renano, decía, jamás será
canciller de la RFA. Strauss vivió para comprobar que se había equivocado. Pero
no para ver esa reunificación alemana conseguida en gran parte por el tesón, la
habilidad y el aguante de un personaje nada brillante -gris y torpe decían
muchos- que era Helmut Kohl. Era un chico de la guerra, nacido en 1930.
Demasiado joven para haber ido al frente y muerto en él, como la generación
inmediatamente anterior y su propio hermano mayor, caído a los 19 años. Pero lo
suficientemente mayor para haber vivido la guerra y barbarie nacionalsocialista
de forma consciente. Su forma de servir a Europa sin condiciones reflejaba un
amplio consenso social propio de aquella generación. Que hoy ya no existe. Al
resto de Europa le gustaba más aquel europeísmo que el de Merkel. Eso está
claro. Pero eso no significa que el actual tenga menos sinceridad y solidez.
Merkel llega el jueves a Madrid. Mucha demagogia y agitación antialemana se ha
hecho contra la canciller en España. Muy pocos aquí logran evitar la tentación
del paralelismo histórico grotesco o el chiste fácil cuando hay que echar a
otros la culpa de lo que nos pasa. Lejos estamos de ver una ceremonia en Yuste
con el Premio Carlos V para ella. Y sin embargo, con sus esfuerzos por imponer
el sentido común y la comprensión fuera y dentro de Alemania, es muy probable
que se lo merezca. Sin su compromiso con la Europa del euro, es posible que el
desastre ya se hubiera producido. Nadie descarte por tanto que, si todo sale
bien y la catástrofe no se consuma, ese homenaje se celebre algún día.
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