ABC 27.07.12
El panorama mediático aquí tiene campeones. Hay majaderías
que son solo un producto tonto del que vivir un listo
NO son tiempos para discutir por nada con desconocidos. Si
le quitan el sitio para aparcar, como si le hace cualquier otra faena un
conductor, no se enfade mucho, no se exceda con los gestos ofensivos y tráguese
o al menos no grite, murmulle los insultos. Que estamos todos muy nerviosos. No
se imagina nadie cuánta gente hay suelta por la calle dispuesta a sacar el gato
del portamaletas. Tenemos que dar las gracias por no tener la tradición
americana de la autodefensa armada y el coleccionismo de fusiles de asalto
porque con arsenales junto a la alacena este país se nos iba a poner
entretenido. Pero no pasa otra cosa en los medios políticos y en los espacios
virtuales de discusión. Y no me refiero ya a esa jauría de miserables
agazapados tras el anonimato que siembran de insultos e infamias las redes
sociales.
Las frustraciones en estos tiempos de zozobra y mala uva se
manifiestan con una virulencia que debiera preocuparnos. Y no hay que recurrir
ya por desgracia a los peores, como ese Martínez, el sindicalista de UGT de
Madrid, que proclama ya la guerra, para intuir que vamos a tener años de
necesaria precaución aumentada en la aproximación a nuestros semejantes. Y que
no va a sobrar nunca cualquier dosis de buena fe para engrasar la convivencia.
Sabemos desde mucho antes de San Agustín que si recuerdas todos los días
durante un rato que vas a morir, te evitas muchas tonterías. Pero ya que
recurrimos al santo sabio de Hipona, recordemos también todos los días que
hacer piña con los peores en el error es la forma más rápida de envilecer. Es
muy comprensible que en tiempos tan inclementes sean muchos los que tienen
necesidad de esa sensación de pertenencia que da el saberse miembro de la
inmensa tribu de perjudicados. Y a partir de ahí buscar consuelo en la
expresión de la hostilidad hacia quienes no participan de la propia desgracia.
Esto se puede aplicar a situaciones de dramatismo auténtico
por el dolor en la percepción de la injusticia y la ira contra los culpables
presuntos o reales de las tragedias personales que son millones. Y entender las
razones de esa indignación desesperada, ebria de resentimiento o de afán de
justicia, tantas veces lo mismo. Pero también se puede aplicar a farsantes
ridículos, a necios peligrosos y a canallas frívolos.
El panorama mediático aquí tiene campeones. Ahora más que
nunca habría que decirles que las llamadas que hacen al envilecimiento desde
sus tribunas públicas son despreciables. Porque hay majaderías que son sólo un
producto tonto del que vivir un listo, como por ejemplo Pilar Rahola. «Acosada
por todos lados, como un animal herido, Catalunya se ha visto obligada a llamar
a la puerta de la misma Administración que la empobrece con el fin de poder
sobrevivir en el día a día». Eso no es más que la tontería de una señora que
lleva décadas viviendo en la casta costrosa y corrupta que ha hundido a
Cataluña. Pero su tontuna deja de ser inocente y se convierte en vileza cuando
continua «ayer hubo algunos representantes de Catalunya que dijeron no a la
nueva fiscalidad que reclamamos, lo cual nos recuerda un hecho bastante
conocido: en las colonias siempre hay aliados de los colonizadores». Rahola
señala a los catalanes contrarios a su mala película independentista como
cómplices de un enemigo, ergo traidores. No sólo revela su peor catadura de
chivata. Pone en el punto de mira de las posibles iras y violencias futuras a
quienes allí creen en España. También a sus parlamentarios. Es absolutamente
despreciable.
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