ABC 24.07.12
La dictadura tiene que notar la mirada y el aliento en la
nuca. Sus verdugos deben saber que los observamos
CUANDO leí de madrugada la primera noticia del accidente de
Oswaldo Payá me acordé por asociación inmediata de Vuk Draskovic. A Vuk,
tempestuoso líder nacionalista serbio, lo intentaron matar dos veces en la
carretera. Una de ellas, en la autopista hacia Belgrado, fue la más
espectacular. Creo recordar que el camión que les seguía se puso a empujar al
coche cuando se acercaban a otro camión que se cruzó. Vuk salió vivo
milagrosamente. Pero mataron a cuatro escoltas. Es un método bastante habitual
para matar el del accidente de tráfico. Las mafias emergidas de los aparatos
comunistas lo utilizan aun con profusión. Lo habían hecho antes la KGB, la Udba
yugoslava, la Stasi o la Securitate. Es un método cómodo y seguro, sobre todo
cuando los comete la policía o los grupos de matones oficiales en el país
propio. Al fin y al cabo, la investigación sobre el siniestro la van a dirigir
ellos. Oswaldo Payá no llevaba escoltas. Iba acompañado por otro disidente,
Harold Cepero, también muerto en la colisión. Y por los dos supervivientes, dos
jóvenes políticos europeos. Uno es presidente de la Liga democristiana de
Suecia, Jens Modig. El otro es Ángel Corromero, secretario de Nuevas
Generaciones en Madrid. Estos dos testigos están fuera de peligro. Quizás ellos
pueden aclarar algo. Porque no vamos a creer al régimen. Si no se aclara ahora
habrá que esperar unos años, para cuando el régimen esté en plena disolución.
Entonces todos los agentes, chivatos y policías del régimen actual estarán
haciendo méritos con las fuerzas emergentes. Todos ya convertidos en furibundos
anticomunistas. Celosos de trabajar con las organizaciones encargadas de
investigar el pasado inmediato, siempre que se pase por alto el propio. Con los
nuevos asesores de seguridad que serán norteamericanos, checos, polacos o
chilenos, ya que a los españoles nos habrán colgado definitivamente el
sambenito de colaboracionistas con la dictadura. Ese sambenito, guste o no,
justo o no, lo notaremos también cuando se pongan a revisar títulos de
propiedad y las empresas españolas, que han estado suministrando las divisas al
régimen castrista, vean qué poco les pertenece de lo que creían suyo.
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