sábado, 21 de febrero de 2015

LA HORA DE LA VERDAD

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  13.07.12


Este país no puede salir de esta crisis con este triste y resignado desprecio a la justicia, a la penal y a la social

AHORA sí que estamos ya en la hora de la verdad. Una hora que se anuncia larga y no concluirá hasta que podamos ver juntos los españoles indicios seguros y constantes de que hemos recuperado un cierto pulso económico y hemos dejado atrás la agonía. Ahora, con el paquete de medidas que nadie quería pero nadie podía evitar, hemos entrado en esta fase decisiva en la que se pondrá a prueba nuestra cohesión civil, social y nacional, una y la misma. Ahora habrá de verse si somos esa sociedad europea que desde hace unas décadas creemos ser. O si seguimos anclados en comportamientos primitivos, propios de un retraso histórico que ha pesado sobre nosotros como una maldición. O si estos años de común tolerancia, de cohesión social y madurez democrática han sido poco más que un «espejismo». Nuestra democracia se verá expuesta ahora a su mayor prueba de resistencia. Nadie debe pensar que estamos solos en nuestra suerte. Ni que somos ni de lejos los más desgraciados. Sería una obscenidad que nos columpiáramos en la autocompasión, en el victimismo o en la melancolía. En esto sí que todo depende de nosotros.

Tenemos que afrontar esta fase más dura de nuestro futuro como un reto común. Pero además como la gran oportunidad para sentar las bases de un país mejor para nuestras generaciones más jóvenes. En el que jamás vuelva a ser posible todo el desmán, el abuso y la tropelía que nos han traído adonde estamos. Tenemos que conseguir la reprobación y condenas para delitos, abusos, negligencias, estafas y ocultaciones durante la pasada década. La impunidad debe ser declarada enemiga común de todos los ciudadanos de bien. Y las cargas tienen que ser repartidas. Este país no puede salir de esta crisis con este triste y resignado desprecio a la justicia, a la penal y a la social. No puede tolerarse que los funcionarios y los contribuyentes en general vuelvan a ser nunca más poco menos que «el calcetín del dinero» al que recurre una clase política que aun hoy se niega a desmantelar unas estructuras del Estado inviables. Y nadie diga que es mal momento. Nunca ha tenido España mejores condiciones para dar este gran salto cualitativo hacia un Estado mejor. Porque existe una masa crítica no ya partidaria, sino movilizada por ese cambio, porque la necesidad es acuciante, porque el exterior apremia y porque la realidad ha destruido gran parte de los mitos ideológicos de estos pasados 35 años. El gran riesgo para esta modernización no está sólo en las resistencias de la clase política, de la corrupción, de los círculos más reaccionarios del sindicalismo y los nacionalismos periféricos. Está también y sobre todo en la violencia. Desde que quedó claro que el zapaterismo no se consolidaría como régimen y la alternancia política con la derecha era inevitable, sectores de la izquierda han coqueteado con la violencia y la amenaza de la misma. Se ha visto con el movimiento antisistema y ahora muy claramente con los mineros, cuya violencia en Asturias no han condenado ni los partidos de izquierda ni los sindicatos. Existen fuerzas que han comenzado una ofensiva retórica muy peligrosa. Desde los que llaman «golpe de Estado» a medidas de reforma contra la crisis hasta los que llaman «violencia» a todo lo que no les gusta. Para equiparar las acciones políticas a las violentas que ellos preparan y promueven. Son los que preparan el salto a la violencia. Son pocos. Pero en momentos tan dramáticos hay que recordar a todos que sin el respeto a la ley, al derecho, la seguridad y el orden, todo lo que hagamos nacerá roto.

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