Por HERMANN TERTSCH
ABC 10.07.12
Hoy los asesinos pisan moqueta. Tuvieron cómplices en el
corazón del Estado en la pasada legislatura
QUINCE años, tres lustros, no son nada. Cuando yo nací, por
ejemplo, se acababan de cumplir quince años del final del cerco de Stalingrado
y se iban a cumplir los tres lustros de la batalla de Kursk. Hoy, mirando atrás
al siglo XX, me veo casi coetáneo. Me da la impresión de que no me vi envuelto
en aquellas grandes trifulcas por casualidad. Sin embargo, hay veces que esos
mismos tres lustros son un abismo. Hace quince años los españoles reaccionaron
con absoluta energía y máximo músculo moral al infame y criminal pulso que ETA
le había planteado. Millones salieron a la calle para apoyar a un Gobierno que
se sabía no cedería jamás a las pretensiones de los terroristas que habían
secuestrado a Miguel Ángel Blanco. Fue un levantamiento nacional contra el
desistimiento y por la lucha contra el enemigo. Hoy, quince años después, somos
un país muy distinto donde el desistimiento se ha consumado en gran parte de la
sociedad. Los asesinos pisan moqueta. Tuvieron cómplices en el corazón del
Estado en la pasada legislatura. Y hoy nos tememos que cuentan con garantías de
que el desistimiento de España continúe. ¡Qué abismo! Hace ahora quince años
unos jóvenes, identificados como miembros de Jarrai, temblaban muertos de miedo
en un portal de la calle Urbieta. Les estaba cayendo la del pulpo en gritos de
«asesinos», «cobardes», «miserables», de las decenas de miles de españoles que
marchábamos exigiendo la libertad de Miguel Angel Blanco por las calles de San
Sebastián. Se temió por su integridad. Demasiada rabia había acumulada en
aquella masa que había salido de los jardines de Alderdi Eder. Todos pidieron
calma y se esperó a que llegaran unos ertzainas y los sacaran del agujero en el
que se habían refugiado. Los pusieron a salvo. Aquella anécdota fue gran
metáfora de lo habido después. Los miserables de los asesinos estuvieron a
merced de los españoles. Con tanto terror en el cuerpo. Habrían abjurado de
todo. Pero fueron rescatados. Aunque no por los bienpensantes. Sino primero, de
urgencia, en los meses posteriores, por los entonces principales beneficiarios
del terrorismo, que vieron asustados que la reacción popular amenazaba con
romperle la cerviz a la serpiente. Y surgió rápidamente el Pacto de Estella
como tabla de salvación para los asesinos en el seno del nacionalismo. Pero eso
no era suficiente, porque una política antiterrorista implacable del Gobierno
de Madrid ponía una y otra vez a la banda contra las cuerdas. Y sus militantes
flaqueaban y muchos desistían y buscaban salidas propias, individuales, a su
miserable situación de acosados. Lo que no sabía el Gobierno de Aznar es que
dos años después de Lizarra y muy poco después de que llegara a la jefatura del
PSOE en el congreso de Madrid un tal José Luis Rodríguez Zapatero, ETA se iba a
encontrar con el mayor golpe de fortuna en su medio siglo de existencia. Y que,
de la complicidad y protección interesada de que gozaba la banda terrorista por
parte del PNV, iba a pasar a una colaboración mucho más eficaz y poderosa, con
el primer partido de la oposición. El golpe de fortuna ya fue definitivo cuando
unas bombas que mataron a 192 personas en Madrid, auparon a la jefatura del
Gobierno a este hombre con el cual ETA llevaba ya años diseñando estrategias
comunes. Sí, no se escandalicen. Estrategias comunes para intereses comunes. El
Von Papen necesario para el éxito del nazismo vasco. Necesario pero no suficiente.
Faltaba un profundo desistimiento de la sociedad española. Ese que parecía
impensable en aquel verano de 1997. Ese que hoy es parte de la triste realidad
española.
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