sábado, 21 de febrero de 2015

LA IRA TRISTE

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  14.08.12


Ante la falta de coraje resurge la triste ira que marca el retorno permanente del español al «Viva las cadenas»

AYER se cumplieron 51 años del comienzo, el 13 de agosto de 1961, de la construcción del muro de Berlín. Con aquella pared, que rodeaba Berlín oeste, quedaba cerrada la última grieta en el largo Telón de Acero que partía a Europa en dos, desde la costa báltica a la adriática. Tardaría veinte años en abrirse la grieta de nuevo. Cuando todo el muro se tambaleaba ya. Su caída supuso para muchos pueblos la conquista de la libertad y la democracia. Y se logró cuando la fortuna quiso que coincidieran personalidades en el poder en Occidente que no se sentían comprometidos con la lógica del apaciguamiento del tirano ni de la comprensión del delincuente. Eran personalidades, Juan Pablo II, Ronald Reagan y Margaret Thatcher que detestaban la confortable actitud occidental del relativismo claudicante. Sabían bien lo que es la libertad y lo que es la tiranía. Y sabían muy, muy bien, que no eran lo mismo. Fue 1989 un terremoto para Europa y el mundo. La mayor revolución democrática pacífica jamás habida. Y tuvo efectos directos sobre centenares de millones de europeos. Una fecha por tanto para celebrar por todos los demócratas. ¿O no? No en España. Donde ayer en las redes sociales se hallaban expresiones de hostilidad hacia los protagonistas de aquella gran victoria de la democracia difíciles de imaginar en otros países europeos. Siempre hubo una corriente mezquina contra los pueblos que osaban derribar el sistema que los aplastaba a ellos pero era el favorito de izquierdistas occidentales. Las actitudes de complicidad con los regímenes comunistas no siempre llegaron a la cota de infamia del escritor Juan Benet bendiciendo el Gulag para gentes como Alexandr Soljenitsin. Pero siempre mostró su orfandad por la desaparición de aquellas dictaduras. Por lo mismo que hoy defienden al régimen cubano. Y en nuestros colegios y universidades, una sobrerrepresentación del izquierdismo en la docencia convirtió el relativismo en una plaga. Con hostilidad hacia el libre mercado y la democracia y un catálogo de argumentos para minimizar o justificar los crímenes del comunismo. Cuando en toda Europa la equiparación de las dos grandes ideologías asesinas -nazismo y comunismo- es un hecho, en España aun no ha llegado. Y el carácter objetivamente positivo del PCE en la transición confunde sobre la esencia de una ideología tan totalitaria hoy como siempre. Esta falla moral y cultural permanente se debe, como tantas, al franquismo. Acabado éste, la izquierda se tenía que reinventar por haber sido -salvo un pequeño PCE- inexistente su resistencia en cuatro décadas. Y se inventó su historia, aunque no llegara entonces a los niveles delirantes del zapaterismo. Pero no hubo una derecha democrática que tuviera el coraje y la firmeza para hacer frente a esa licencia que la izquierda se otorgó para enjuiciar a sus oponentes. Y sentenciar sobre su carácter democrático y su legitimidad desde una pretendida superioridad moral. Así la derecha, siempre temerosa de ser calificada de franquista o «facha», se refugió en eso llamado centrismo que daba de hecho la centralidad al socialismo. Y ahí sigue la mayoría moderada de este país, agazapada. Esa anomalía la estamos pagando. Con la crisis rebrotan síntomas que demuestran lo equivocados que estábamos quienes creímos que la transición habían sido un salto cualitativo irreversible en la calidad de la sociedad española. Y la falta de educación se revela en la receptibilidad del mensaje antiliberal, hostil a la democracia y al mercado. Se expresa en este culto a la dependencia y al resentimiento y a la envidia y el miedo a la libertad. Ante la falta de coraje resurge la triste ira que marca el retorno permanente del español al «Viva las cadenas».

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